En la muerte de Carlos Hugo Aparicio

      Desde el siglo XIX, Salta fue materia literaria para los escritores de la provincia, tanto en la llamada literatura culta (con autores conocidos), como en la llamada literatura popular (anónima y, hasta cierto momento, de transmisión oral). La presencia literaria de Salta se asentaba en dos paisajes: la ciudad y el campo. Esto fue así hasta que Carlos Hugo Aparicio incorporó una frontera intensa que hasta entonces no había entrado en la literatura de la zona, y que él mismo bautizó como “la orilla”.

      Aparicio nació en La Quiaca (provincia de Jujuy) en 1935; y sus padres, como él lo contaba, decidieron trasladarse a la ciudad de Salta cuando los hijos tuvieron que iniciar sus estudios secundarios. Se instalaron en la casa donde él vivió muchos años, en un barrio periférico, con calles de tierra; y de ese barrio, precisamente, sacó Aparicio la materia prima de su literatura. El avance del tiempo y el crecimiento de la ciudad terminaron acercando esa casa al centro; y esta modificación le permitió hacer una broma socarrona: que ya no iba a poder escribir porque le había pavimentado la zanja.
Su primer libro, de poemas, llevaba en el título el proyecto que iba a desarrollar a lo largo de su vida: se llamó Pedro Orillas, y fue publicado en 1965.

      Luego escribió otros libros de poemas, con títulos igualmente significativos: El grillo ciudadano; Andamios, El silbo de la esquina, Romance de bar; pero es sobre todo con sus cuentos con lo que ganó un lugar importante en la literatura del norte.

     Los bultos, su primer libro de cuentos, de 1974, tiene la originalidad de los temas que incorpora y del ritmo rápido, con los diálogos incluidos (tal vez habría que decir disueltos) en la propia narración. Cuenta en ellos la vida en esa franja geográfica y social que está entre la ciudad y el campo, donde la vida es precaria, difícil y, como en todas partes, tiene amores, odios, héroes anónimos, encantos y desencantos.

     Sombra del fondo es otro libro de cuentos, en el que profundiza esa materia que le era propia; y con su única novela Trenes del Sur recoge lo que fue su vida en La Quiaca y su traslado a Salta. Alguna vez contó en un reportaje: "Cuando yo era chico, me hacía vestir en La Quiaca con la mejor ropa que tenía y me iba a esperar el tren. No iba a esperar a nadie, iba a esperar el tren. Ese tren había estado en Buenos Aires, en medio del fútbol, en medio de los tangos, en medio de la gente y de repente estaba ahí, en mi pueblo". Como se ve, contaba un milagro.

      Fue director de la Biblioteca Provincial Victorino de la Plaza; recibió el 2º premio nacional de cuentos de la Secretaría de Cultura de la Nación (hoy Ministerio), y fue miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras desde 1991.

     Murió en Salta el jueves pasado: se fue un amigo, un escritor notable y un hombre de bien.

 

Santiago Sylvester
 jueves 9 de Abril de 2015
Academia Argentina de Letras