9 DE AGOSTO: ACTO HOMENAJE EN LA LEGISLATURA PORTEÑA

     El Dr. Rolando Costa Picazo, profesor universitario, crítico, traductor y tesorero de la AAL, recibió ayer la distinción que lo acredita como  “Personalidad Destacada de la Cultura”, otorgada por unanimidad por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

     En un merecido reconocimiento a su notable trayectoria profesional, participaron del acto, realizado en el salón “Eva Perón” de la legislatura porteña,  la diputada Cecilia de la Torre, responsable de la iniciativa, la Sra. María Kodama, la profesora y licenciada  Elisa Saltzman y el Dr. José Luis Moure, presidente de nuestra Academia, a quien acompañó el académico Santiago Sylvester como representante del cuerpo.

     Asistieron familiares, amigos y destacados representantes de la cultura, entre otros, el  Dr. Hugo Bauzá, ex presidente de la Academia Argentina de Ciencias y la escritora Josefina Delgado.  
Se transcribe el discurso del presidente de la Academia.

ROLANDO COSTA PICAZO, “PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA”
(DISTINCIÓN OTORGADA POR LA LEGISLATURA DE LA CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES)

[9 de agosto de 2016]

     Es tarea llamada al fracaso, en las pocas palabras que nos concede una ocasión como la presente, exponer los detalles de una vida, -que no queremos calificar todavía como “larga”- enteramente consagrada al trabajo. Y la de Rolando Costa Picazo lo es.

     Cuando pedí a nuestro homenajeado un currículum que me permitiera no obviar los principales hitos que marcaron su desempeño profesional, me recomendó que consultara la solapa de Palabra de Borges, su último libro, publicado este mismo año por nuestra Academia. “Allí está todo” me dijo, y hasta  me pareció que lo creía. En su opinión, el espacio de ese tercio de página de cartulina alcanzaba no solo para mostrar su fotografía  sino aquello que como profesional lo definía.

     La brevedad de esas líneas comprimidas no impide, sin embargo, reconocerles un despojado itinerario bio-bibliográfico, que puede ser bienvenido en una circunstancia como la que hoy nos convoca.

     Los muchos años de dedicación a la docencia de Rolando Costa Picazo se resumen allí con una oración lacónica: “Profesor consulto de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y profesor plenario de la Universidad de Belgrano”. Habría que especificar, claro, que en la primera institución fue titular de la cátedra de Literatura Norteamericana y que, como becario del British Council y de la Comisión Fullbright, había realizado estudios de posgrado en la universidad inglesa de Nottingham y en la Michigan State University de Estados Unidos, en la que obtuvo su doctorado. Asimismo, que fue Profesor Titular de Posgrado de la Universidad Nacional de Córdoba y Director de la Maestría en Traducción de la Universidad de Belgrano.

     Si quisiéramos clasificar de alguna manera su labor escrita, diríamos que su vasta producción puede dividirse en una doble dimensión: la crítica y la que corresponde a su labor como traductor, sin duda la más nutrida y constante, aunque una y otra con frecuencia se reclamen y entrecrucen.

De la primera, mayormente consagrada a la literatura norteamericana, podemos citar:

  • Wystan Hugh Auden. Los primeros años (1994)
  • Mexico City Blues, de Jack Kerouac (2008)
  • Hart Crane y El puente (2008)
  • W.H. Auden: los Estados Unidos y después (2009)
  • Emily Dickinson: Oblicuidad de la luz (2012)
  • Frank O’Hara, Meditaciones en una emergencia (2014)
  • y las compilaciones y antologías Ezra Pound. Primeros Poemas (1908-1920) [2014]y Tierra de nadie. Poesía inglesa de la Gran Guerra, aparecida el año pasado y presentada por quienes hoy me acompañan en la mesa.

     Esa labor crítica convivió siempre con la de la traducción, la segunda dimensión a la que hacíamos referencia, en un regular y dilatado empeño, que incluye nada menos que  las ediciones  shakespeareanas, con introducción, prólogo y notas, de Hamlet, Macbeth, El Rey Lear, Otelo y Romeo y Julieta. También Una vuelta de tuerca y Los papeles de Aspern de Henry James.

     Pero la labor traductora de Costa Picazo no se agota siquiera en los títulos que acabamos de citar. En ese quehacer, su producción completa abarca un centenar de versiones del inglés al español de algunos de los más importantes escritores del siglo XX, además de los que ya hemos mencionado, porque allí están también E. M. Forster, Ernest Hemingway, William Faulkner, Vladimir Nabokov, John Updike, Truman Capote, Norman Mailer, Saul Bellow y T. S. Eliot (la versión castellana y edición crítica de cuya The Waste Land publicó nuestra Academia en 2012).

     En una entrevista concedida en 2005 al diario El Litoral, Costa Picazo anunciaba que estaba trabajando en una  traducción anotada de los cuentos completos de Edgar Allan Poe. Y en una anticipación que cualquiera habría calificado como de desmedido voluntarismo, añadía:

     “Después de Poe, en el 2007, vamos a acometer Moby Dick, del que se nota también la ausencia de una versión con notas […]. Y después de eso, bueno, están esperando que se venzan los derechos de autor del "Ulises". De manera que tengo más o menos para diez años; no sé si voy a vivir para cumplir con todos esos planes”.

     Costa Picazo vivió y cumplió. Las traducciones de Poe y de Moby Dick aparecieron editadas por Colihue en 2010 y en el año que corre, respectivamente. Y el Ulises -nada menos que el Ulises- efectivamente terminado, verá la luz bajo el sello Edhasa.

     El despojado recorrido de títulos y autores -que no otra cosa hemos hecho en los párrafos anteriores- ya sería testimonio holgado de conocimiento, pericia, estudio y trabajo ajeno al  desaliento. Y aun si quisiésemos apartarnos por un momento de la consagración de Costa Picazo al trasvasamiento de la literatura en lengua inglesa, nos quedaría resto para admirar su atención a la obra de Jorge Luis Borges, desde su ensayo crítico Borges. Una forma de felicidad, publicado en 2001,  hasta la casi temeraria empresa de la edición anotada de su obra completa, aparecida en 2009, en la que volcó el resultado de varios años de investigación erudita.

     Pero su privilegiada atención a la tarea cotidiana y concreta sobre libros, diccionarios y computadora y a las que podemos suponer como inevitables demandas familiares, no impidieron a Costa Picazo asumir otras responsabilidades.  A lo largo de dos décadas, entre 1975 y 1995, se desempeñó como director ejecutivo de la Comisión Fullbright en la Argentina. Es  Académico titular de la Academia Argentina de Estudios Interdisciplinarios. Es presidente de la Asociación Argentina de Estudios Americanos. Fue presidente del Centro Argentino del PEN Club Internacional y presidente de la Asociación Argentina de Literatura Comparada.

     El profesor Costa Picazo recibió en dos ocasiones (correspondientes a los decenios 1984-1993 y 1994-2003) el Premio Konex en la categoría Letras (Traducción Literaria), y el premio a la Personalidad Destacada en el campo de la traducción, otorgado en 2002 por la Universidad de Belgrano. Sus versiones de Shakespeare le valieron en 2004 el Premio Teatro del Mundo de la Universidad de Buenos Aires. El año pasado, la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires le otorgó el premio en su carácter de “Consagración”.

     Por cortesía institucional, he demorado recordar que Rolando Costa Picazo es miembro de número de la Academia Argentina de Letras, para la que fue elegido el 10 de noviembre de 2005,  y miembro correspondiente de la Real Academia Española. Tomó posesión de su cargo en nuestra institución el 26 de octubre de 2006 con su discurso “Ezra Pound y la renovación poética angloamericana”.

     La retórica antigua prescribía que el retrato de un hombre incluyera una etopeya, es decir la descripción de su carácter, índole y costumbres. Una infidencia de su hija Marianne nos dibuja a un padre afectuoso que en 1978 introdujo en casa a Pink Floyd , un señor cortés pero desacartonado y curioso, inesperadamente atento a productos  y enseres novedosos.  Lamentablemente, yo puedo solo referirme a aquellos rasgos que se manifiestan en el más austero trato quincenal de nuestras reuniones académicas: sus modales cuidados, su  afabilidad y su buen humor; aunque podría también recomendar precaución frente a la inapelabilidad de sus juicios éticos y estéticos, que suelen dejar escaso margen para la negociación. Prefiero cerrar la etopeya apelando a la elocuencia de un recuerdo. Hace exactamente medio siglo, cuando cursaba yo el quinto año en el Colegio Nacional de Buenos Aires, un grupo de profesores quedaron cesantes por oponerse a una medida tomada por las nuevas autoridades de la universidad recién intervenida. Un joven Costa Picazo, a quien yo no conocía, estaba entre ellos. Acaso solo ahora comprendo por qué nunca olvidé su nombre.  

     Permítaseme una reflexión final sobre el hecho que hoy nos convoca. La antropología, en su deslumbramiento por la actividad menos zoológica del hombre, ha dotado a la palabra cultura de una hospitalidad conceptual casi ilimitada. Confieso que yo no puedo evadirme de una noción más anticuada y menos generosa, la que ve en ella el ejercicio del intelecto y de la creación, y la custodia, estudio y transmisión de sus productos más nobles, la que se trasluce, por ejemplo -y con especial pertinencia en esta ocasión-, en la entrañable caracterización del oficio del traductor, que nos ofrece Costa Picazo en un artículo consagrado a su tarea:

     El texto es un todo orgánico y el deber del traductor es abarcarlo para transmitirlo en su totalidad. El traductor debe tratar de captar la voz que le habla desde el texto, para trasmitir el ritmo, las modulaciones, la cadencia del estilo, el tono. Hay mucho detrás de las palabras. Todo tiene valor semántico. El lenguaje tiene un componente físico, sensual, y otro mental, o ideal. Hay que tratar de conservar ambos” .

     Es un hecho alentador que la Legislatura de mi ciudad, así sea tardíamente,  haya querido reconocer la labor de un incansable docente, crítico y traductor, en curioso contraste con la atención que otras instituciones y medios prefieren dispensar a figuras de trayectoria ruidosa y mínima esencia.

     Y si se me tolera todavía una salvedad y una precisión,  Costa Picazo es, en verdad, una personalidad destacada de dos culturas, porque sería injusto que aquella que se expresa en la lengua que él estudió y admirablemente tradujo para nosotros  no lo reconozca también como uno de sus más valiosos servidores.

     Considerando el no infrecuente cuestionamiento que se formula a la posibilidad misma de la traducción, Costa Picazo escribió en el mismo artículo del que ya hice mención:  

“La traducción siempre es posible. Será más o menos acertada, pero si es producto del amor, la imaginación, la fe, la paciencia, siempre es posible. Ysiempre necesaria para el entendimiento entre los pueblos y las personas”.

     No se me ocurre mejor manera de resumir las virtudes de Rolando Costa Picazo, de fundamentar su largo quehacer, de justificar la distinción de que hoy es objeto y de cerrar mi exposición.

     Muchas gracias.

 

“Los problemas de la traducción”, Letras 8 (20), 1989, p. 33.