La aparición de una nueva clase social entre finales de la Edad Media y comienzos de la Modernidad, a la que normalmente se denomina “burguesía”, volvió más compleja la composición de los sectores más encumbrados de la sociedad. El Estado tenía la posibilidad de nutrir las filas de la estructura burocrática y administrativa con burgueses ricos que habían acudido a las universidades, algo que los habilitaba a reclamar para sí mismos como valor la superioridad asociada con la erudición y la inteligencia. Este componente relativamente novedoso de la vida social resultaba un contrapeso ineludible para competir con los valores tradicionales derivados de la nobleza de sangre.
El nuevo tipo de prestigio tenía una diferencia sustancial. Al menos en su representación simbólica, el individuo lo adquiría en lugar de heredarlo. Sus atributos eran intangibles y su visibilidad más difusa. Desde fecha muy antigua, uno de los componentes fundamentales de cualquier tipo de prestigio fue su exhibición pública. Un ejemplo célebre de este hecho es la adición que el propio Velázquez, o alguien de su entorno, hizo a su obra Las meninas al menos tres años después de haberla completado, cuando finalmente le otorgaron el hábito de la orden de Santiago. La cruz distintiva de los miembros de dicha orden puede verse hoy adornando el pecho del pintor en su obra más famosa. La visibilidad es la condición en la que se basa la utilidad social del prestigio. En el caso del nuevo prestigio, sin nobleza de sangre y obtenido en las universidades, esa visibilidad la confiere primeramente el dominio de la norma de corrección. De esta manera, la norma culta abandona los círculos reducidos de intelectuales para ingresar en la gran arena social como método de caracterización, prácticamente el primer signo visible de la aptitud de una persona para asumir determinados roles dentro del conjunto.
Una función que provoca que el dominio de la norma culta esté en el centro de tensiones entre distintos grupos que compiten por ocupar las posiciones de mayor relevancia. Esta puede ser una de las razones de que, a lo largo de la historia, exista un retorno cíclico a la idea de que las nuevas generaciones son responsables de la degradación de la lengua. En la mayoría de los casos, sin embargo, aquellos rasgos novedosos que provocan la reacción inicial se incorporan a la norma una vez que pasa suficiente tiempo y termina de producirse el recambio generacional. Esta es una dinámica por medio de la cual los hablantes van actualizando determinadas estructuras, incorporando léxico acorde a la nueva situación del mundo, y adaptándose en general a los requerimientos que nacen de una realidad circundante en constante evolución.
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1 Adelanto de la 2ª edición del Panorama de nuestra lengua.