Señoras y señores:
En mi carácter de presidente de la AAL, en ejercicio de la secretaría académica del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, deseo expresar inicialmente mi agradecimiento a las autoridades nacionales presentes, y en particular al Ministro de Cultura de la Nación y al Director del Museo Nacional de Arte Decorativo, por habernos facilitado una vez más este espacio suntuoso, anejo a nuestra sede, para la presentación del VIII CILE.
La AAL, más allá de su obligación como secretaría académica y de su integración a las comisiones científicas y de organización del Congreso que hoy presentamos, se siente particularmente vinculada, desde el nacimiento mismo de la propuesta, a la responsabilidad en su preparación y realización en marzo de 2019.
Como docente universitario e investigador antes que presidente de la Academia, debo dejar constancia de que soy consciente de la particular naturaleza de estos encuentros, en los cuales es forzoso no excluir pero sí morigerar el protagonismo de ponencias y contribuciones sobre temas específicos de la ciencia lingüística. Desde luego estarán presentes, pero lo estarán dentro de un escenario más amplio, en el que la consideración de la lengua tendrá el objetivo derivado y deliberado, a través del examen y exhibición de otras de sus dimensiones (a las que mis colegas harán referencia), de poner en vidriera la realidad de una provincia y de un país.
La pretensión compartida por las instituciones que se encuentran representadas en este estrado es que la lengua se nos exhiba en sus múltiples posibilidades: un patrimonio vivo, compartido por 23 naciones, un instrumento de cultura y de creación, y un vehículo de educación indispensable e insustituible. Pero también, aunque nuestra especialidad no permita definirlo siempre con diafanidad, el soporte de diferentes plataformas tecnológicas y formas de promoción económica, a las que con seguridad se referirán mis acompañantes en la mesa.
De alguna manera, la ambiciosa mirada del Congreso apunta a desplegar el protagonismo de la palabra en la totalidad de las actividades del hombre, desde la quintaescencia de la expresión poética, la prosa cuidada o la sustancia verbal de una copla hasta la incesante ebullición léxica en boca de los usuarios cotidianos, en el chiste, en los grafitti, en la potencia argótica o en la creación publicitaria. Y esta enumeración es por fuerza casi ilimitada.
A esta Academia Argentina de Letras le complace participar de esta iniciativa, inesperadamente nacida el año pasado del Ministerio de Turismo de la Nación -jurisdicción que mi memoria no registra como origen de otras convocatorias similares -acaso (o no por acaso), porque su titular es graduado en Letras. Nuestra institución declara su decisión de apoyar en la medida de sus posibilidades, con un criterio e intención genuinamente federales y (sin que implique restricción alguna de otros alcances e intereses) con una hoy privilegiada atención a la deuda educativa que los argentinos hemos contraído, los esfuerzos y entusiasmos de la provincia de Córdoba para lograr que este Congreso quede en la memoria de las cosas bien hechas.