«Balada belgraniana 1812», por Olga Fernández Latour de Botas
«Compatriotas y amigos: tras la conmemoración del glorioso bicentenario de aquel “Grito de la Patria” que se dio en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, cumplen en lo sucesivo doscientos años muchos otros sucesos que cimentaron la constitución de nuestra República como nación libre e independiente. En esta Balada criolla queremos celebrar, con cantares y bailes tradicionales de nuestra tierra, algunos de los más trascendentes de aquellos acontecimientos que tuvieron como protagonista a don Manuel Belgrano, el “virtuoso patriota”, como lo llamó Esteban de Luca, inspirado poeta porteño.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y González había nacido el 3 de junio de 1770, en la ciudad de Buenos Aires, en la arteria céntrica que hoy lleva su nombre y el número catastral 430, a metros del Convento de Santo Domingo. Fueron sus padres, fundadores de una numerosa familia, don Domingo Belgrano Peri, natural de Oneglia en la Liguria (Italia) y la dama porteña María Josefa González Casero. Manuel fue bautizado en la Catedral de Buenos Aires al día siguiente de su nacimiento.
[…] Tras la Revolución de Mayo de 1810 ya había asumido funciones como miembro de la primera Junta de gobierno patrio cuando debió aceptar la pesada carga de divulgar las ideas de los patriotas, en calidad de General en Jefe de la Expedición Militar a los pueblos de la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos y Paraguay (1810-1811) y también la Jefatura del Regimiento de Patricios que mantuvo hasta 1814. Como muchos estadistas de su época no desdeñaba la idea de vivir bajo una monarquía pero, consciente de la corrupción que en esos años afectaba a la española, apoyó tan distintas propuestas como la de someterse al poder de Carlota Joaquina de Portugal o la de adoptar como Rey a un descendiente de los Incas. Sin embargo, lo dominante en su pensamiento era el axioma de retroversión de la soberanía según el cual, al no encontrarse presente la autoridad legítima, la soberanía vuelve al pueblo, que obtiene así el derecho de designar nuevos gobernantes. Belgrano, cuyo grado militar llegó a ser el de Brigadier de los Ejércitos de la Patria y General de los Ejércitos Auxiliadores del Norte y Perú, cedió la mayor parte de sus honorarios y premios para la fundación de escuelas (algunas de las cuales aún no fueron creadas).
Falleció, el 20 de junio de 1820, en su casa paterna (dícese que en la misma habitación en que había nacido) y tan carente estaba de recursos pecuniarios que, no pudiendo pagar honorarios a su médico, le obsequió su reloj de oro ¡el bello reloj que en junio de 2007 fue robado por mano infame de una vitrina del Museo Histórico Nacional!
Iremos al encuentro del prócer en 1812, en sus cuarenta y dos años de edad. Belgrano ha creado ya la escarapela nacional (por nota enviada al Triunvirato el 13 de febrero) y ha elevado al cielo sus colores copiados del espectro sideral, en aquella bandera que, el 27 de febrero de ese mismo año, se izó por primera vez en las barrancas del Rosario, a orillas del Paraná, y más tarde en San Salvador de Jujuy, cuando el 25 de mayo, al conmemorarse el segundo aniversario de la Revolución con un Te Deum en la iglesia matriz, el canónigo Juan Ignacio Gorriti bendijo el pabellón que Belgrano hizo jurar a las tropas y que llamó bandera nacional.
Tales los motivos por los que este relato poético y bailable comienza con una letra de Cielito, la danza por excelencia del patriotismo criollo rioplatense. Más allá de los triunfos y de los fracasos bélicos, el pensamiento y la obra de Manuel Belgrano tienen resonancia americana que no se ha acallado. Por eso, tras un recorrido jalonado de canciones y bailes criollos, hemos de invitar a cuantas personas deseen unirse a ello, con un Pasacalle abierto (como expresa nuestra Constitución Nacional) a “todos los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino” […]».
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