Para la sesión ordinaria del jueves 11 de junio, no realizada por la cuarentena, el académico de número de la AAL Antonio Requeni preparó su comunicación titulada «Conversaciones con Olga Orozco», en homenaje a la poeta argentina en el año en que se cumplió el centenario de su nacimiento.
Las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria, o escritas con tal fin pero no leídas por distintas circunstancias, como en este caso, son divulgadas en forma completa en el Boletín Informativo Digital de la AAL.
El artículo de Antonio Requeni se publica a continuación, y también será difundido en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de enero-junio de 2020.
Imagen: Gentileza Casa Museo Olga Orozco
Fuente: Página 12
«En los últimos días de 1995, Olga Orozco me invitó a tomar el té en su departamento de la calle Arenales. Cuando concurrí, estaba también allí nuestra común amiga Gloria Alcorta, quien viajaba todos los años desde París, donde residía, para pasar parte del verano en Buenos Aires y La Paloma, en el Uruguay. Durante aquella reunión, me propusieron coordinar una serie de diálogos con vistas a un libro. Las dos habían grabado ya conversaciones que, posteriormente, al oírlas, consideraron muy desordenadas, motivo por el cual pedían mi colaboración.
Fue así como, a principios de 1996, nos reunimos semanalmente en el departamento de Olga, entre libros, cuadros, estatuillas, máscaras africanas y helechos que avanzaban desde el balcón como si quisieran invadir el luminoso living. Sentados alrededor de una pequeña mesa —desplazado un búcaro con flores por el grabador—, Olga y Gloria respondieron a mis preguntas, e intercambiamos comentarios a lo largo de varias jornadas. Hablábamos de todo lo humano y lo divino, especialmente, sobre algo que —los tres estábamos de acuerdo— participaba de ambas categorías: la poesía. El resultado fue el texto de Trayectorias (título elegido por Olga). Cuando se lo comenté a Hugo Beccacece, entonces a cargo del suplemento literario de La Nación, me propuso publicar un adelanto. Fueron dos páginas con fotografías, que sirvieron para que el libro, publicado después por Sudamericana, se agotara en pocos meses. Lamentablemente, la editorial no quiso reeditarlo. En dicho libro, junto a la evocación de personajes europeos que Gloria Alcorta conoció o de los que fue amiga, como Max Jacob, Antonin Artaud, Serge Lifar, Pablo Picasso, Saint-John Perse o Albert Camus, desfilaban los recuerdos de Olga, por ejemplo, el del poeta Oliverio Girondo, cuñado de Gloria, y anécdotas que, narradas con su voz profunda y grave, me parecían verdaderos cuentos. Una de las anécdotas, traspapelada en la grabación —por eso no aparece en el libro—, remitía a la época en que Olga, muy joven, residió en Bahía Blanca. Tuvo allí un festejante aviador que la invitó a asomarse a la ventana al día siguiente y mirar hacia lo alto. Así lo hizo la adolescente y pudo ver un avión que, después de efectuar varias cabriolas, dibujó en el cielo con letras de humo su nombre. Pocas mujeres deben de haber recibido una prueba de amor tan original. Meses más tarde, en plena Segunda Guerra Europea, el muchacho viajó a Inglaterra, se alistó como voluntario en la Real Fuerza Aérea y murió en un combate […]».