Para la sesión ordinaria del jueves 13 de agosto, no realizada por la cuarentena, el académico de número de la AAL Javier Roberto González preparó su comunicación titulada «A quinientos años del primer topónimo argentino de origen romance: Patagonia y su debatida etimología».
Las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria, o escritas con tal fin pero no leídas por distintas circunstancias, como en este caso, son divulgadas en forma completa en el Boletín Informativo Digital de la AAL.
El artículo de Javier Roberto González se publica a continuación, y también será difundido en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de julio-diciembre de 2020.
«Hacia el mes de julio de 1520, durante su invernada en la Bahía San Julián y tras varios días de progresivo contacto con ellos y conocimiento de sus costumbres, Fernando de Magallanes impone a los aborígenes tehuelches de la costa santacruceña el nombre de patagones. El cronista oficial de la expedición, el italiano Antonio Pigafetta, da cuenta del hecho en una escueta frase de su diario: “Nuestro capitán llamó a este pueblo patagones” (Primer viaje, 62). Nada más se aclara y nada se dice sobre las motivaciones o razones de Magallanes para elegir este nombre; en todo caso, la breve y desnuda noticia alcanza para refutar dos teorías bastante difundidas sobre el bautismo de los indígenas australes. La primera de ellas es la que sostiene que el navegante habría intentado aludir, mediante el nombre impuesto a los indios, al enorme tamaño de sus pies, y más genéricamente a su altísima, casi gigantesca estatura; se trata a todas luces de una etimología popular, que interpreta la palabra patagón como un adjetivo aumentativo formado sobre la base del sustantivo pata, con el sentido de ´patudo´, ´patón´, ´de grandes pies´. Lo cierto es que Pigafetta hace recurrente mención en su diario a la gran estatura de los tehuelches, a los que inclusive denomina gigantes, pero en ningún momento destaca especialmente, dentro de ese gigantismo general, el tamaño de los pies; tampoco hace referencia a sus huellas, supuestamente enormes a causa de los calzados de pieles que envolvían los pies de los indios, según razonó posteriormente la explicación fundada en la etimología popular que señalamos. Pero en todo caso, aun admitiendo que la razón del nombre haya sido el tamaño grande, de los pies o de la estatura general, ¿por qué el cronista, que venía mencionando insistentemente el gigantismo de los tehuelches en otros sectores de su diario, iba a callar esta razón justamente en la frase que da cuenta del bautismo? Lo cierto es que la invención de esta etimología no se debe a Magallanes ni a Pigafetta, sino a posteriores cronistas de Indias como López de Gómara y Fernández de Oviedo, quienes echaron a rodar la disparatada explicación que tanta fortuna haría, inclusive hasta nuestros días, en libros de difusión histórica y manuales de uso escolar; evidentemente, estos cronistas —y quienes después repitieron y difundieron su yerro— desconocieron la gramática castellana —y aun la portuguesa, por la que eventualmente pudiera haberse regido el lusitano Magallanes— a punto tal de ignorar que en estas lenguas no existe ningún sufijo aumentativo -gón o -agón, que añadido a una base pata pueda originar el supuesto adjetivo patagón con un significado de ´patón´ o ´patudo´.
La segunda teoría que el texto de Pigafetta basta para refutar es la que se afana por hallar etimologías indígenas, sea para el etnónimo patagones, sea directamente para el topónimo Patagonia, que el cronista derivó del mencionado etnónimo al denominar mediante el rótulo Regione Patagonia al área geográfica habitada por los patagones en un mapa que incluyó en su relato; así, ya se trate de los étimos quichuas propuestos por Vicente Fidel López, Sir Clements Markham y Julio Storni, de las voces correspondientes a la lengua pampa que arriesgan Manuel José Olascoaga y Pablo Pastells, del posible origen yagán postulado por Marie Ritchie Key, o inclusive del híbrido quichua-tehuelche expuesto por Carlos Spegazzini, debemos rechazar en bloque toda explicación que desconozca, como en efecto desconocen estas, el único dato explícito que poseemos respecto de la imposición del nombre: que su exclusivo responsable fue Fernando de Magallanes, un portugués castellanizado totalmente ignorante de cualquier lengua aborigen americana, que jamás pudo, en consecuencia, elegir un vocablo procedente del quichua, del pampa, del yagán o del tehuelche para darlo como nombre a los indios australes; por lo demás, a propósito de las etimologías quichuistas no está de más recordar que la expansión incaica nunca llegó hasta el extremo sur de la costa atlántica santacruceña, y a propósito de la que apela al yagán fueguino, ¿cómo suponer que un portugués al servicio de Castilla, desconocedor de cualquier lengua aborigen, recurriera para nominar a los tehuelches precisamente a una palabra proveniente de un idioma hablado en una región, como la Tierra del Fuego, a la que todavía no había llegado en su viaje hacia el sur, y de la que desconocía incluso la misma existencia? […]».
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