En la sesión ordinaria del jueves 8 de julio, realizada de forma virtual, el académico de número de la AAL Hugo Beccacece leyó su comunicación titulada «Marcel Proust y las reproducciones», en homenaje al escritor francés por el 150 aniversario de su nacimiento.
El artículo de Hugo Beccacece se publica a continuación, y también será difundido —como se hace con todas las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria— en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de julio-diciembre de 2021.
«Casi siempre que se habla de Proust, se lo asocia con el pasado, la memoria involuntaria y el poder salvífico del arte, que permite recuperar el tiempo perdido. Pero Proust fue un hombre que introdujo la modernidad en su vida cotidiana desde muy chico y eso hizo posible que también la llevara a su obra literaria. Su abuela materna, cuya muerte tanto lamentó su nieto en la vida real, y el Narrador de En busca del tiempo perdido, era Marguerite Berncastel, una mujer culta, interesada por el teatro, por la lectura de los clásicos, que se sabía de memoria la correspondencia de Mme. de Sévigné y que escribía ella misma cartas magníficas a su hija, Jeanne, la madre de Marcel. Como dato curioso de la herencia genética de las familias Weil y Proust, corresponde decir que éste y Karl Marx tenían un antepasado común y eran primos lejanos.
Marguerite Berncastel llevaba a Jeanne al teatro, cuando ésta aún no se había casado, a ver obras clásicas y contemporáneas; además, estaba muy al tanto de las grandes puestas en escena y de la calidad de los intérpretes, así como le gustaba la pintura, la arquitectura de las catedrales y la escultura. Acompañada por Jeanne iban al Louvre y a exposiciones temporarias. Se preocupó mucho de la educación privada de su hija, que aprendió latín y hablaba y escribía muy bien en inglés y alemán. Ayudaría a su hijo Marcel a traducir a Ruskin al francés.
La abuela acostumbró a su nieto a valerse de la tecnología de su época. Ese hábito le serviría de mucho en la redacción de su novela. Desde que era un niño, Marguerite Berncastel iba a comprarle fotografías como regalos o le enviaba postales de pinturas, esculturas, fachadas de catedrales y templos antiguos; pero como le parecía que las fotografías eran el resultado de una reproducción fiel, pero mecánica, y eso las hacía un poco vulgares, terminaba por buscar reproducciones de obras de artistas importantes que hubieran pintado catedrales o retratos de otros artistas. Así, por ejemplo, le compraba reproducciones de la Catedral de Chartres por Corot; de las Grandes Aguas de Saint-Cloud por Hubert Robert; del Vesuvio por Turner. Iba aún más allá, si era posible dar con ellos, compraba grabados antiguos, de preferencia aquellos que mostraban a una obra maestra en su estado originario, antes de que el tiempo la deteriorara, como el grabado de La última cena de Leonardo Da Vinci, por Raffaello Sanzio Morghen (1758-1833). Su intención era ofrecerle a su nieto “un grado más de arte”. A veces, este le habría agradecido que le hubiera llevado una fotografía, mucho más fiel a la realidad de la obra.
En la novela, Swann, le regala al narrador fotografías de los Vicios y Virtudes, de Giotto, de la Capilla de los Scrovegni, de Padua, que aquél cuelga de las paredes de su habitación […]».
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Participación de la AAL en el Congreso Internacional de la Lengua Española
- Otro artículo de Beccacece sobre el escritor francés, en La Nación:
«Marcel Proust. La comunión de las artes, un paraíso recobrado»«El caso de Marcel Proust tiene cierta semejanza con el de Jorge Luis Borges. La gloria, la celebridad, los lectores y la influencia de ambos no han dejado de crecer después de sus respectivas muertes. Hoy, 10 de julio, se celebra el sesquicentenario del nacimiento de Proust en 1871. También podrían conmemorarse los ciento cincuenta años de la trágica rebelión de la Comuna de París, que obligó a Jeanne Weil, casada con el Dr. Adrien Proust, a refugiarse en la casa de su tío abuelo Louis Weil en Auteuil, para terminar de un modo más tranquilo su primer embarazo. Allí, nació el futuro escritor» […].