«Apoteosis de los sentidos en la Divina Comedia. De la luminosidad del purgatorio al fulgor del paraíso», por Jorge Cruz
El martes 14 de septiembre se cumplieron siete siglos de la muerte del poeta y escritor italiano Dante Alighieri, en Rávena. Para conmemorar este hecho, el académico de número Jorge Cruz publicó en el número de febrero de nuestro Boletín Informativo Digital el texto «Apoteosis de los sentidos en la Divina Comedia. Infierno».
Ahora compartimos su segundo artículo-homenaje, en el que se evoca las otras dos partes de la Divina Comedia —el Purgatorio y el Paraíso—, desde el punto de vista de los sentidos.
«La caída de Lucifer y su violento impacto sobre la Tierra abrieron en ella un abismo en forma de cono invertido en cuyo vértice, en el centro de la Tierra, se divisan el busto y los tres rostros monstruosos del otrora bello ángel que, por rebelde, fue expulsado del Paraíso. Las alas de murciélago que exhiben hielan, al moverse, las aguas del río Cocito. No se agota aquí el horror del ser luciferino, pues de los mentones de esos tres rostros gotean lágrimas y sanguinosa baba y los dientes de cada boca trituran a un traidor. En la del centro, con la cabeza en las fauces del monstruo y afuera el cuerpo, patalea el peor de los condenados: Judas Iscariote, culpable de haber vendido a Jesús, Dios encarnado. Cuando Dante y Virgilio, trepando por el cuerpo de Lucifer, llegan al extremo del embudo infernal y lo sobrepasan, desembocan en el hemisferio austral y respiran el aire de la Tierra, el “aire puro” que los libera del “aura muerta”. Ya los siete versos finales de la primera cántica celebran ese momento único. Lo duca e io per quelcammino ascoso / intrammo a retornar nelchiaro mondo / e sanza cura averd´alcunriposo, /salimmo su, el primo e iosecondo, / tanto ch´i´vidi de le cose belle / che porta l´ciel, per un pertugio tondo; / e quindiuscimmo a rivederle stelle (XXXIV, 133-140). “El guía y yo por esa senda oculta / iniciamos la vuelta al claro mundo; / y sin cuidarnos de ningún reposo, / subimos, él primero y yo segundo, / hasta que columbré las cosas bellas / que lleva el cielo, por una apertura; / y nuevamente vimos las estrellas”. (Estas y las demás traducciones son de la versión integral de Ángel J. Battistessa).
En el claro mundo, en medio del mar, se levanta la montaña del Purgatorio, surgida de la materia que desplazó el Ángel Rebelde en su caída. El poeta deja tras sí la zona cruel del Infierno para cantar —dice— di quelsecondoregno, /dovel´umanospirito si purga / e di salire al cieldiventadegno (I, 4-6). “de aquel segundo reino, / donde el humano espíritu se purga / y de subir al cielo se hace digno”. Alzar los ojos, subir hacia el Paraíso Terrenal, hacia Beatriz, y remontarse hacia Dios, será en adelante su anhelo y su orientación. Si la primera sensación, al entrar al oscuro Infierno, fue de carácter acústico, la primera sensación que le depara el Purgatorio es bellamente visual. Lo expresa el poeta en dos preciosos tercetos: Dolce color d´orientalzaffiro / che s´accoglievanel sereno aspetto / del mezzo, puro insino el primo giro, / a gliocchimieiricominciòdiletto, / tostoch´iouscìfuor de l´auramorta / che m´aveacontristatigliocchi e l´petto (I, 13-18). “Dulce color de oriental zafiro, / que se efundía en el sereno aspecto / del aire puro, en la primera esfera, / le devolvió a mis ojos todo el goce, / no bien yo abandoné el aura muerta, / que pecho y ojo tanto me apenara”.
La visión se torna más luminosa y el caminante, cuyos ojos vuelven a gozar hasta la embriaguez, contempla extasiado el “tremolar de la marina”. Aún hay padecimientos en el nuevo ámbito, pero la esperanza de ver a Dios en el Paraíso los mitiga. Al pie de la montaña, un latino ilustre se les aparece a los viajeros. Es Catón de Útica, guardián del Purgatorio y, en vida, tenaz defensor de la libertad republicana de Roma. Dante, que lo reverenciaba, no quiso ubicarlo en el Infierno —como a Virgilio, aunque este se eterniza en el ameno Limbo—, y por eso lo situó a la entrada del Segundo Reino, obligado sin embargo a estar allí hasta la llegada del Juicio Final, porque, como el autor de La Eneida, “fu ribellante a la sualegge”, fue pagano y además suicida. Catón les abre paso, con la condición de que el guía le lave la cara a Dante para quitarle las impurezas del Infierno y le ciña un junco de la playa, un junco recto y liso, opuesto a las ramas nudosas y torcidas de la salvaje selva infernal. Su vista se aclara así en lo físico y en lo espiritual […]».