En la sesión ordinaria del jueves 22 de julio, realizada de forma virtual, el académico de número de la AAL Abel Posse leyó su comunicación titulada «Homenaje a 50 años del fallecimiento de Conrado Nalé Roxlo (1898-1971)», en homenaje al escritor argentino y miembro de la AAL a medio siglo de su muerte, que se cumplió el pasado 2 de julio.
El artículo de Abel Posse se publica a continuación, y también será difundido —como se hace con todas las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria— en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de julio-diciembre de 2021.
Incluye al comienzo el artículo de Leopoldo Lugones de 1923 al premiar y exaltar a Nalé como poeta sorprendente.
«[…] Creo que, por primera vez, por segunda y no más, en todo caso, arriesgo el elogio de un poeta sobre la fe de su primer libro.
Digo mal que “arriesgo”. No; esto es injusto seguramente, aun cuando expliquen de sobra mi precaución, decepciones que suelen dolerme con la angustia de la ilusión desvanecida; pues quien como Conrado Nalé Roxlo inicia su vida pública de escritor con la obra de arte que es el soneto transcripto, primero de su libro al cual da nombre también, acredita, desde luego, uno de esos temperamentos infalibles hasta la fatalidad, si es propio expresar así tan noble destino.
Claro está que, para confirmarlo, el resto del libro corresponde a la portada, con una armoniosa unidad, no menos reveladora del don nativo. El artista ha cincelado su grillo de oro con aquella ingenua maestría de la predestinación que se ignora no pocas veces, y hasta sobrepasa en ciertos detalles la capacidad personal, consciente o adquirida: de tal modo el verdadero poeta es un revelador instintivo de la humana emoción que en la suya se defina. Así una gota de rocío detalla simultáneamente los siete colores de la luz, se llena el cielo y contiene un paisaje. Y todavía le sobra gracia para el capricho de presentárnoslo inverso, en la misma chispa solar del rayo que la evapora.
Es que en el ser de esa gota —e insisto en ello por su importancia trascendental— está el prodigio de la luz, como en el instinto del poeta, el prodigio de la emoción humana. Y tal cual la gota no contiene realmente al paisaje, al cielo ni al color, sino que los revela en la belleza de su cristal, el poeta puede no sentir directamente el gozo que celebra o la desdicha que llora; pero su canto saca a luz, hermoseándolo, es decir, tornándolo sensible en belleza para todos los hombres, el tesoro de alegría y el dolor acumulado durante siglos por el género humano. Esa es su misión altísima, en eso consiste su ciencia natural, y de aquí que el poeta resalte, en la divina iluminación del amor así engrandecido, el único ser que realmente ama […]».