En la sesión ordinaria del jueves 28 de octubre, realizada de forma virtual, el académico de número de la AAL Pablo De Santis leyó su comunicación titulada «Ricardo Piglia: vida, crítica y ficción», en homenaje al escritor argentino a 80 años de su nacimiento, aniversario que se cumplió el pasado miércoles 24 de noviembre.
El artículo de Pablo De Santis se publica a continuación, y también será difundido —como se hace con todas las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria— en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de julio-diciembre de 2021.
«En 1980 llegó a las librerías Respiración artificial, de Ricardo Piglia. Era un volumen de tapas rojas con la fotografía de un edificio gris. La solapa decía poco y nada de la novela, pero una frase advertía: “Tiempos en los que los hombres necesitan de un aire artificial para vivir”. Todo parecía estar escrito en clave: la mención al año 1976 en las primeras líneas de la novela, la dedicatoria “A Elías y Rubén, que me enseñaron a conocer la verdad de la historia”, la desaparición de un personaje, las elipsis de la trama. Su autor, Ricardo Piglia, había publicado un par de libros, había dirigido una colección de novelas policiales y su nombre había aparecido a menudo, a comienzos de los años setenta, en revistas culturales como Los Libros o Crisis. Sin embargo, imagino que la mayoría de los que abordamos aquella novela —los que formábamos parte de esa criatura mitológica: el lector común— no habíamos oído nunca antes su nombre. Respiración artificial le dio a su autor una notoriedad instantánea y un lugar de autoridad en nuestra literatura, que nunca perdió. En sus páginas estaba la mezcla de vida, crítica y ficción que marcarían toda su obra. Aunque en ese momento preocupaba el costado político y literario, Respiración artificial era, también, una novela familiar. Piglia me dijo una vez: “Siempre trabajo con historias familiares. Mi madre leía Respiración artificial caminando de un lado a otro”.
Ricardo Piglia nació en Adrogué en 1941. Escribió que su padre era médico y que a partir del golpe de 1955 lo habían metido preso y que la familia se había tenido que mudar a Mar del Plata. Sin embargo, las dos cosas (profesión y prisión) eran fruto de su imaginación. Es cierto, en cambio, el traslado de la familia a Mar del Plata, a mediados de los años cincuenta. Piglia evocará la Mar del Plata de su adolescencia sobre todo en Prisión perpetua (1988), nouvelle centrada en su amistad con el imaginario Steve Ratliff, de quien hablaba en entrevistas como si se tratara de alguien real. Arduo trabajo tendrá quien aborde, en un futuro, la biografía de Piglia e intente separar la vida que se inventó de la que efectivamente vivió.
Terminada la escuela secundaria, se marchó a La Plata para seguir la carrera de Historia y pronto entró en las filas de la izquierda y en la revista Liberación, de inspiración maoísta. En 1964 su cuento “Mi amigo” salió premiado en el II concurso de la revista El escarabajo de oro. El concurso dio origen a un volumen donde se recogían los textos ganadores. Entre los premiados, además de Piglia, estaban Miguel Briante, Octavio Getino y Germán Rozenmacher: estos nombres dan cuenta del buen ojo de los jurados. El cuento de Piglia lo había elegido Beatriz Guido. En el texto de presentación del cuento, su autor escribió unas palabras que gravitarían sobre toda su obra: “En Arlt, en Hemingway, acaso en Pavese, sospeché que vivir es, también, un modo de contar lo que se vive”. Tenía sólo veintitrés años, pero ya en esta equivalencia entre vivir y contar anunciaba la clase de textos que escribiría mucho después.
Muy temprano entabló amistad con los escritores David Viñas y Andrés Rivera, como se puede ver en sus diarios (Los diarios de Emilio Renzi). Pero, según contaba, no sólo era amigo de intelectuales. A los 21 años Piglia conoció a un ladrón, pero de clase media. Tenía una novia, Bimba. “Trabajaba” los sábados en la zona norte, calculando la hora en que la gente se iba a cenar o al cine. Una vez, en una de sus intrusiones, encontró una caja fuerte, buscó la llave en un tarro de la cocina y allí estaba. Cuando Piglia fue a verlo, lo esperaba con una montaña de billetes sobre la mesa. En Mar del Plata empeñó un Rolex robado para jugar al casino, dio su dirección real y cayó preso de inmediato. “Era el tipo más existencialista que conocí. Hizo eso tan tonto solo para hacer un cambio en su vida. Estaba en el vacío” […]».
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