El lunes 7 de marzo falleció el escritor, traductor, docente, doctor en Letras, especialista en literatura norteamericana e inglesa y académico de número de nuestra Institución Rolando Costa Picazo.
Fue elegido miembro de la Academia Argentina de Letras el 10 de noviembre de 2005 para ocupar el sillón «Joaquín V. González» en el cual lo precedieron Arturo Marasso, Manuel Peyrou, Bernardo Cabal Feijóo, Berta Vidal de Battini, Antonio Di Benedetto y Ofelia Kovacci. El acto oficial de recepción se realizó el 26 de octubre de 2006, donde pronunció su discurso «Ezra Pound y la renovación poética angloamericana» y el académico Jorge Cruz pronunció el discurso de bienvenida.
Leer el Boletín de la AAL N.º 287-288 que contiene las palabras de la recepción pública.
«Rolando Costa Picazo en la nostalgia»
Palabras de despedida del académico de número Jorge Cruz
Muchos años de invariable amistad me acercaron a Rolando Costa Picazo, una amistad serena, jovial, de mutua y espontánea simpatía, de esas que estimulan el gusto de la vida. En su casa, en mesas de restaurantes, en reuniones, en actos académicos y, últimamente, a través de las señales acústicas del teléfono, nuestros encuentros fueron momentos siempre fastos. En la última comunicación, sin embargo, manejaba un idioma irreconocible. Inopinadamente, pensé en Joyce y en las invenciones lingüísticas del intrincado Finnegans Wake. Rolando había desafiado victorioso el Ulysses y se había aventurado a anotarlo. ¿Alguna vez, entre sus planes de sabio traductor, se habrá propuesto trasladar a nuestro idioma la mareante invención joyceana, la final? No me hubiera extrañado teniendo en cuenta su disposición para desafiar dificultades y su descomunal laboriosidad. La comunicación fue desconcertante y penosa. Cuando tiempo después lo llamé para saludarlo por su nonagésimo cumpleaños, el 1 de octubre último, me respondió el silencio.
Qué contento me daba verlo aparecer en el Salón de Académicos. Sabía que, en algún momento, dispararía algunas de las esquirlas de su humor disconforme, chispazos irreverentes que divertían a los colegas. Tenía reacciones de niño indisciplinado, con el derecho de decir lo que no debía. Le gustaba lo “políticamente incorrecto”. En tiempos prósperos y en un arranque celebratorio, recuerdo que lideró la idea de reemplazar la tradicional copita de jerez por la copa del “rubio champán” que levantaba el ánimo y evocaba instantes de hermandad.
Rolando fue elegido académico en la sesión del 10 de noviembre de 2005 y recibido públicamente el 26 de octubre del año siguiente. Su discurso versó sobre “Ezra Pound y la renovación poética anglonorteamericana”. Tuve el gusto y el honor de presentarlo, recordar sus múltiples y reconocidos méritos, sus muchos premios y revelar algunos rasgos de nuestra amistad. Al evocarla no puedo dejar de asociar, en la constelación fraterna, a dos amigos comunes: Juan Carlos Ghiano, dinámico secretario de nuestra Academia, y William Shand, poeta, cuentista y dramaturgo escocés, arraigado en Buenos Aires. Con Ghiano, Rolando y los suyos tenían una relación familiar. Lo mimaban, le celebraban cumpleaños y, en fin, lo hacían partícipe de su intimidad. Con él, Rolando concordaba en el humor cáustico, expresado con gracia, aunque no lograba superarlo en la caracterización burlesca de personajes del parnaso local, especialidad de Juan Carlos.
William Shand le confió a Rolando la traducción de sus obras antes de que se lanzara a escribirlas en español. Se fiaba de él sin dudar, seguro de su versación en la lengua y la literatura de su patria. Recuérdese que Shand era también conocido por su frecuente colaboración con Alberto Girri en la versión de poetas de lengua inglesa. Por el departamento de la calle Arroyo, frente a la Plazoleta Carlos Pellegrini, y por la arboladísima casa de San Miguel, él y su mujer, Susana, recibían racimos de amigos, encantados de la calidez que los anfitriones irradiaban. Frecuentes comensales eran Rolando y su esposa, la pintora Amalia Cortina Aravena, a quien lo unía amistad y amor. Cuando Amalia murió, en 2005, el luto de Rolando fue redoblar su aplicación al trabajo.
Tuve el privilegio de sentarme a su mesa, primero en la casa de Belgrano, en la calle Mendoza, en lo que hoy es el Barrio Chino, y, más tarde, en el último domicilio, en la calle Victorino de la Plaza, en el barrio River, en Núñez. También yo vivo en Núñez, de modo que cuando después de las sesiones académicas regresábamos en taxi, la preocupación de Rolando era la comida de su negra perra, a quien había bautizado con el nombre de la polígrafa búlgara Julia Kristeva. Kristeva, pues, desvelaba a su dueño. Ambos coincidíamos en el cariño tributado a esos seres vivos, desvalidos sin nosotros, que suelen mirarnos con fijeza, como interrogándonos, con la gracia de despertarnos un sentimiento inhabitual y sedante, la ternura.
En varios de esos regresos, cuando Rolando preparaba la edición crítica del Ulises, solía notarlo inquieto, a veces ausente, acaso barajando la traducción adecuada de una palabra o lucubrando acerca de la interpretación de un determinado pasaje para incorporarlas luego a su trabajo. Creo que el esfuerzo mayúsculo, la hazaña felizmente exitosa pero extenuante, no dejaron de pesar sobre él, que transitaba ya una edad avanzada. Lo cierto es que la edición crítica del Ulises fue el hito final de sus grandes versiones.
La traducción, ya se sabe, fue el centro de su actividad intelectual. El inglés de Edgar Poe, Herman Melville, William Faulkner, Henry James, Ernest Hemingway y tantos más se trocó en el fiel español de Costa Picazo, y lo mismo corresponde decir en el caso de los poetas: Walt Whitman, Emily Dickinson, T. S. Eliot (la Academia publicó su traducción de La tierra yerma, The Waste Land), W.H.Auden, Hart Crane, Frank O´Hara… Los modernos predominan en su obra de traductor por sobre los clásicos, pero de cinco tragedias de uno de ellos, William Shakespeare, dio versiones ejemplares acordes con su profundo conocimiento de la lengua literaria inglesa de los siglos XVI y XVII y del particular estilo del poeta. Además de traductor, Rolando fue un teórico de la traducción. En la Universidad de Córdoba y en la de Belgrano, en Buenos Aires, donde se dicta la Maestría en Traductología, tuvo oportunidad de exponer sus ideas al respecto, sustentadas por una intensa experiencia. La traducción anotada fue su logro mayor. Como estudioso y crítico de la literatura, dedicó a su dilecto Auden dos libros de amena erudición. Son innumerables sus artículos, la mayor parte publicados en el Suplemento Literario del diario La Nación y a la espera de perdurar en el libro.
Al margen de las letras inglesas, su admiración por Jorge Luis Borges se manifestó en Borges, una forma de felicidad, Palabra de Borges (edición de Costa Picazo, tomo XLVII de la Serie Estudios Académicos de la Academia Argentina de Letras) y en la edición crítica de las Obras Completas, otra de sus proezas. Me consta que Borges, tan inglés en sus preferencias literarias, le tenía aprecio y lo consideraba un traductor confiable.
Un aspecto importante de su personalidad intelectual fue la docencia, profesión de toda su vida y predisposición natural en él. Sus lecciones eran claras, como lo eran sus escritos. Sus alumnos lo respetaban y se sentían cómodos por su accesibilidad de maestro y su educada campechanía. Enseñó, fundamentalmente, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero profesó también en otras facultades e institutos, y dictó cursos y conferencias en el país y en el extranjero, particularmente, en el país donde había completado sus estudios, los Estados Unidos. Se lo recuerda también por su proficua acción como director ejecutivo de la Comisión Fulbright, encargada de conectar a estudiantes con colleges y universidades de aquel país. En la elección de becarios, siempre se impuso la justa generosidad de Rolando.
Su alejamiento de la Academia hace tiempo y su reciente muerte han dejado una triste sensación de ausencia en quienes lo queríamos. Fue un alto ejemplo de integridad personal e intelectual.
Jorge Cruz
Rolando Costa Picazo con Ernesto Sabato.
Fuente: Artículo de su hija en Sembrar valores en familia.
La despedida a Costa Picazo en los medios
- Daniel Gigena, en La Nación: «Murió el profesor y académico Rolando Costa Picazo, traductor del Ulises y de Moby Dick»
«Los miembros de la AAL lamentamos el fallecimiento del eminente y admirado traductor y crítico literario Rolando Costa Picazo, quien supo desarrollar con dignidad y gran erudición sus trabajos en esta casa —dice a La Nación la presidenta de la AAL, la profesora e investigadora Alicia María Zorrilla—. Fue elegido académico de número en 2005 para ocupar el sillón “Joaquín V. González” y académico honorario en 2021. A su sólida y ejemplar formación profesional debe unirse su integridad moral, su rectitud, su afabilidad, su humor siempre oportuno y, sobre todo, su generosa bondad. Su querido recuerdo nos acompañará siempre».
- Elisa Salzmann, en Perfil: «Rolando Costa Picazo: traducir hasta el confín del sentido»
- Elisa Salzmann, en Perfil: «Murió Rolando Costa Picazo: el primer lector»