En la sesión ordinaria del jueves 26 de mayo, realizada de forma virtual, el académico de námero y vicepresidente de la AAL Rafael Felipe Oteriño leyó su comunicación titulada «Horacio Armani: el poeta, el hombre», en homenaje al periodista, poeta, traductor, narrador y ensayista que fue académico de námero de la AAL desde el 11 de diciembre de 1986 hasta su muerte el 31 de mayo de 2013.
El artículo de Rafael Felipe Oteriño se publica a continuación, y también será difundido —como se hace con todas las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria— en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el námero que corresponderá al período de enero-junio de 2022.
«Toda obra de arte tiende a su finalidad y ello ocurre cuando el lector o el trabajo hermenéutico de la crítica esclarecen sus significados. Voy a recordar a Horacio Armani cuando se están por cumplir diez años de su fallecimiento y a destacar los rasgos eminentes de su obra. Como aquí se filtra mi subjetividad, diré que nos separaban exactamente veinte años de edad y que compartimos durante más de cuarenta el gusto por la poesía. No de otra índole fueron nuestras conversaciones cada vez que nos encontramos en Buenos Aires y en Mar del Plata, en donde pasamos jornadas felices.
Conocí a Horacio en la redacción de La Nación de la calle San Martín cuando yo tenía poco más de veinte años. Él había escrito una crítica elogiosa de mi primer libro, y alguien me dijo que era costumbre agradecer el estímulo al autor. Así es como fui –tímido pero fortalecido- al piso donde se creaba el prestigioso “Suplemento literario”, dirigido en esos años por Leónidas de Vedia y también asistido por nuestro querido Jorge Cruz. Para aliviar mi cortedad, Horacio me dedicó su libro más reciente, con una dedicatoria en la que puso la palabra “amistad”, seguida de la expresión “fe en la poesía”.
Pasaron años y una enfermedad me obligó a una internación hospitalaria. Llevé conmigo la Antología (1971) de Eugenio Montale que, en su traducción, había publicado “Fabril Editora”. Su lectura me ayudó a mitigar las horas de incertidumbre, ya que la poesía del poeta italiano se convirtió en una compañera inseparable. Nunca pude leer “Xenia II” en otra versión que no fuera la suya: Del brazo tuyo he bajado por los menos un millón de escaleras/ y ahora que no estás cada escalón es un vacío, traduce con su fino oído. En una versión posterior corrigió: De tu brazo bajé…, aproximándose más al original que dice Ho sceso, dandoti il braccio… Pero como aquello de lo que uno se enamora, no pude quitar de mi horizonte la másica de aquel acento en la cuarta sílaba, moroso, meditativo, con el que, recordando a Drusilla Tanzi, su mujer, Montale corteja a la muerte.
Sus versiones del poeta italiano ponen en claro que la traducción de poesía no fue para Armani sólo un modo de conocer el sentido y la materialidad de una obra, sino un acto creativo de profunda generosidad. Prestó sus recursos estilísticos para dar vida en nuestra lengua a esa obra de exigente hermetismo que nos llega transparente gracias a la maestría de su voz. Octavio Paz calificó de “excelente” esa traducción (Sombras de obras, 1983). Cabría preguntarse en este punto cuánto de resignación y sacrificio hay en la traducción de poesía cuando es hecha por un poeta […]».