«Apoteosis de los sentidos en la Divina Comedia. Infierno», por Jorge Cruz
«El mundo de la Comedia dantesca es el trasmundo donde las almas de quienes han muerto esperan el Juicio Final. Después de ese acontecimiento definitivo recuperarán los cuerpos, y, desde entonces, su beatitud o su condena serán eternas. La nueva y definitiva unión de cuerpo y alma —tal como Dios creó al hombre— señalará, después del Juicio Final, una culminación que se manifestará asimismo en el goce y en la pena. Los justos gozarán más, y los réprobos verán aumentados sus padecimientos. Ya no habrá tiempo; solo un espacio para los salvados y otro para los condenados, el reino de la vida eterna y el reino de la muerte eterna. Tantos y tantos seres que poblaron la Tierra a lo largo de milenios, ocuparán, no obstante, su incalculable número, una porción pequeña del infinito Universo.
Infierno y Paraíso son dos extremos opuestos, en tanto que el Purgatorio es lugar de transición que irá despoblándose hasta desaparecer a medida que sus pasajeros, pecadores veniales, se purifiquen y ganen el Paraíso. La multitud de seres humanos que vivieron y murieron aguardan el llamado fatal que Virgilio, guía de Dante, menciona cuando el florentino Ciacco, condenado por glotón, vuelve a caer en el fango donde padece a causa de su intemperancia.
“Più non si desta / di qua dal suon de l´angelica trompeta, / quando verrà la nimica Podèsta: / ciascun rivederàla trista tomba, / ripiglierà sua carne e sua figura, / udirà quel ch´in etterno rimbomba (VI, 94-99), que en la versión de Ángel J. Battistessa, utilizada en adelante, se traduce así: “No ha de levantarse / hasta que el ángel suene la trompeta / y surja la Potencia justiciera: /todos encontrarán su triste tumba, / retomarán su carne y su semblante / y oirán lo que en lo eterno repercute”.
Dante se ha perdido en la salvaje y áspera selva de un valle que lo llena de espanto, pero, cuando, al amanecer, ve el sol brillando en la cima de una colina, su temor se aplaca y, más confiado, camina por una playa desierta. Sin embargo, tres fieras amenazantes lo empujan hacia la selva y le restituyen el pavor. En ese momento surge Virgilio: Mentre ch´i ruinava in basso loco, / dinanzi a li occhi mi si fu offerto /chi per lungo silenzio parea fioco (I, 61-63). “Mientras retrocedía a la hondonada, / ante los ojos se me mostró alguien / que en su largo callar parecía mudo”.
Al antro subterráneo descienden Dante y Virgilio. Al comienzo del canto decimotercero, el poeta enfoca a la lírica pareja caminando en silencio: Taciti, soli, sanza compagnia, / n´andavam l´un dinanzi e l´altro dopo, / como frati minor vanno per via (XXIII 1-3) “Callados, solos y sin compañía / íbamos, uno adelante y luego el otro, / como frailes menores por su senda”. La imagen visual de los dos poetas trae a la memoria (y estarían presentes en la memoria de Dante) los versos de Virgilio en el canto sexto de La Eneida, cuando la Sibila desciende con Eneas a la ciudad de Dite: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram, / perque domos Ditis vacuas et inania regna” (268-9), que Dalmacio Vélez Sarsfield tradujo así: ”Iban los dos por entre las sombras de la solitaria noche, atravesando en tinieblas el reino de la nada y los vacíos palacios de Plutón”.
Una y otra vez, por los círculos del Infierno y las cornisas del Purgatorio, ambos personajes animan esta escena procesional. Es un momento de extraño suspenso y recogimiento, precedido y seguido por encuentros que horrorizan al viajero o lo conmueven. Con su guía y maestro, Dante enfrenta la puerta infernal y su impiadosa inscripción, una advertencia disuasoria o un desafío a sobrellevar la desesperanza y la eterna condena. Una vez transpuesta la entrada, al inicio del camino “alto y silvestre”, los términos del aviso se manifiestan sin atenuantes. Según Francesco De Sanctis (1817-1883), autor de una célebre Historia de la literatura italiana, se oye, entonces, “el grito del Infierno” […]».
Leer el artículo del académico de número Jorge Cruz.