En la sesión ordinaria del jueves 8 de abril, realizada de forma virtual, el académico de número de la AAL Santiago Kovadloff leyó su comunicación titulada «Montaigne no hace pie», en homenaje a Michel de Montaigne (1533-1592), filósofo y escritor francés del Renacimiento, considerado el creador del género literario conocido desde la Edad Moderna como ensayo.
El artículo de Santiago Kovadloff se publica a continuación, y también será difundido —como se hace con todas las comunicaciones de los académicos leídas en sesión ordinaria— en el Boletín de la Academia Argentina de Letras —publicación impresa periódica y órgano oficial de la Academia—, en el número que corresponderá al período de enero-junio de 2021.
«1533, 1592: cincuenta y nueve años entre su nacimiento y su muerte. ¿Qué relación guarda la vida de Miguel de Montaigne con los hechos relevantes de su siglo? ¿Alguna? ¿Ninguna? Ambas a la vez. Montaigne fue y no fue un hombre de su tiempo.
Al igual que otros notables de entonces, Montaigne supo aventurarse en lo desconocido, adentrarse en la terra incognita de la subjetividad que afloraba a medida que la Edad Moderna dejaba atrás el Medioevo.
En tal sentido, Montaigne fue un Colón, un Cortés, un Magallanes, por no decir un Copérnico de la interioridad. El nuevo mundo que nos abrió fue el de la primera persona del singular.
Las emociones íntimas y las ideas propias encontraron en él su palabra inaugural en prosa. Con Montaigne se produjo la incorporación de una voz francesa al coro de voces superlativas que en el orden literario ya integraban España, Portugal e Italia, mientras Inglaterra lo haría poco después.
Las mismas razones que permiten explicar porqué la palabra de Montaigne llegó a ser primordial entre las de su siglo, son las que explican a qué se debe la tenacidad con que fue apedreado desde el bastión de los prejuicios de su época.
Donde ardían las hogueras del fanatismo religioso, él se atrevió a proponer la tolerancia; donde el poder dirimía las disidencias a puñaladas, Montaigne recomendó atenerse a la búsqueda de consensos. Despreció los maniqueísmos y valoró los matices del pensamiento. Optó, en el trato con los hijos, por la persuasión, lejos del empleo de la fuerza y la frialdad tan usuales en su medio.
La libertad de conciencia fue en Montaigne proverbial; tan alta y honda que resultó escandalosa y hasta hiriente para muchos por la radicalidad con que, al escribir, se desentendía de los convencionalismos.
[…] Más y más intriga Montaigne a medida que nos familiarizamos con él. Cuanto mejor se lo conoce, mejor se lo desconoce. Por eso, la tentación de hablar sobre su vida no puede sino estar enlazada al deseo de hacerlo sobre sus Ensayos. Es así como al menos un par de preguntas se imponen sobre lo que de él se llegó a saber y él evidentemente calla o disimula como si se empeñara en desviar nuestra atención de aquello hacia lo que él mismo la atrae con su sonoro silencio o sus veladas insinuaciones […]».