Palabras de despedida del académico de número Hugo Beccacece
Crédito: GG Adrasti. Fuente: Clarín.
La muerte de Luis Chitarroni a los 64 años, ocurrida el miércoles 17 de mayo en Buenos Aires, sume en la tristeza a la Academia Argentina de Letras y, en verdad, al país literario que él representaba. Se incorporó a la institución como miembro de número en 2021, pero la pandemia y la salud precaria del escritor se conjuraron para que viniera pocas veces a las sesiones del cuerpo y no pudiera leer su discurso de ingreso, que esperaban con ansia y curiosidad no solo los académicos, sino también todos quienes siguen de cerca acontecimientos semejantes. ¿Qué habría dicho? ¿Habrá algún borrador de esa obra en construcción?
«Luis», como todos lo llamaban, era considerado el hombre de la cultura nacional que más había leído (con excepción de Borges) y que mejor recordaba lo leído. Su erudición asombraba hasta en Cambridge, donde dictó un seminario. Su voracidad intelectual y artística no se limitaba a las bibliotecas. Chitarroni podía discutir de cine y evocar películas con los críticos y “espectadores profesionales” más avezados. Quienes presenciaron esas charlas, no olvidan las payadas cinéfilas que tenía, por ejemplo, con el politólogo e historiador Natalio Botana. Algo semejante sucedía con la música, ya fuera la culta o la popular. La música fue su primera pasión. Luis iba de Bach a John Cage; de Gardel a los Beatles; de Elvis Presley a Cole Porter, Violeta Rivas y Palito Ortega. Quizá como admirador y discípulo de Jorge Luis Borges, el jardín de su tiempo se bifurcaba infinitamente. Porque ¿cómo podía estar al tanto del pasado remoto y de la vibrante actualidad en todas las disciplinas y registros? En ese sentido, el epígono borgesiano abarcaba más que su mentor. El autor de Ficciones era dueño y señor omnisciente de un solo reino, ¡pero qué reino!
Chitarroni había nacido el 15 de diciembre de 1958. Se recibió de maestro. No cursó estudios universitarios. Era demasiado inteligente, demasiado libre y desprovisto de prejuicios para seguir estudios formales en busca de un título. Como carta de presentación, tenía a su favor la inteligencia; el ingenio; conocimientos de una precoz amplitud que asombraban a todos; y su sonrisa. Fue un muchacho muy delgado, de pelo ensortijado y selvático. En sus años de madurez, el pelo largo que terminaba por confundirse con la barba, en algún período, bíblica, hacían de él la perfecta ilustración de un escritor del siglo XIX en enciclopedias.
Empezó a publicar en la revista Babel, donde escribían miembros del grupo Shanghai, unidos por la amistad y la juventud más que por una estética, y en la que también escribían Martín Caparrós, Jorge Dorio, Guillermo Saavedra, Sergio Bizzio, Sergio Chejfec, Daniel Guebel, Ricardo Ibarlucía, María Moreno, Alan Pauls, Daniel Samoilovich, y Matilde Sánchez […].
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