el curioso caso de ah re
DILyF, AAL
Muchas veces los hablantes acuñan palabras nuevas. Este proceso se puede deber a diferentes causas, pero, como es esperable, es en la lengua coloquial donde ocurren más innovaciones. Especialmente durante la juventud, porque a cierta edad es muy importante tener un código propio, compartido por los pares y, lo que es fundamental, diferente del modo en que hablan los mayores, las figuras de autoridad, los docentes, etc. Se trata de un rasgo estable del habla juvenil que siempre recibe ataques injustos e injustificados. Pasada esa edad del desarrollo, la necesidad de marcar la lengua en relación con un grupo de pertenencia cede, y el habla adquiere rasgos más propios de los mayores, aunque sin que se puedan descartar trasvasamientos o continuidades, cosa que frecuentemente sucede.
Algunas veces, ciertas expresiones nuevas se diseminan muy rápidamente. Por ejemplo, ah re. Originalmente una combinación entre la interjección ah (como en “¡ah, ravioles!”) y el adjetivo o adverbio intensificador re (como en “—¿Te gustó la película? —Re”). Ahre, regularizada ortográficamente como ah re, es similar a no, porque invierte el sentido de lo que afecta (como “no viene” invierte el sentido de “viene”), solo que lo hace de un modo particular, porque agrega ironía y sarcasmo, con fines humorísticos. Este poder expresivo le da, especialmente entre hablantes jóvenes, una enorme popularidad. Nuestro corpus de Twitter en Argentina da un promedio de 273 casos cada millón de palabras; en algunas provincias, como Santa Cruz o Entre Ríos, supera los 500. A modo de comparación, una palabra como ventana apenas supera los 100 casos por millón a nivel global y los 130 en Argentina en el Corpus del Español del Siglo XXI, de la RAE.
La expresión se construye pospuesta a lo que niega y modifica a todo el resto de la oración en su conjunto. Hoy, en lugar de “Odio la sopa”, Mafalda podría decir “Amo la sopa, ah re”. Significa que no la ama, sino lo contrario. Es frecuente, también, que ese significado opuesto se haga explícito usando la conjunción que, como en “Amo la sopa. Ah re que la odio”. Este hecho permite proponer la hipótesis etimológica de que se empezó a usar la interjección ah y el intensificador re en sus sentidos tradicionales antepuestos a aquello que contradecía lo declarado inicialmente. Es decir, en nuestro ejemplo, habría que agregar la coma entre ah y re: “Amo la sopa. Ah, re que la odio”. Dada la simetría semántica existente entre una cosa y su contrario (´amor´ / ´odio´ en este caso) y gracias a su frecuencia de uso, empezó a resultar cada vez menos necesario explicitar el segundo término porque la secuencia “ah re” establecía claramente la expectativa de que lo que seguía era lo contrario de lo anterior. De esa manera llegaríamos a nuestro ejemplo original: “Amo la sopa, ah re”.
Es una de las primeras expresiones que están ganando fuerte difusión entre los hablantes, cuyo origen puede rastrearse en las condiciones que impone la comunicación en internet. La ironía y el sarcasmo, también muchas veces la broma, son recursos que requieren abundante información contextual. La ironía es el uso intencional de significados opuestos a los que son naturalmente propios de la lengua (Canter, 459)¹. Esto es, la ocurrencia de que una oración, expresión o palabra solamente puede ser armonizada con su contexto a través de la conclusión de que está siendo usada irónicamente (Canter, 459). En la comunicación oral, ese contexto es pragmático; lo aportan el tono de voz, la expresión facial, el conocimiento que se tiene acerca del enunciador, el lugar, tiempo y situación general en que ocurre, y una serie abierta de otras posibilidades. En la comunicación escrita, lo aportan el propio texto previo, las posiciones que se sostuvieron ahí, la hipótesis, la argumentación y demás. En ambos casos, existe un contexto cargado de abundante información en el que pueden usarse la ironía o el sarcasmo sin peligro de que se interpreten en su sentido recto o de que queden en la ambigüedad, lo cual los haría fracasar.
La pregunta, en este punto, es qué sucede con la ironía o el sarcasmo cuando la comunicación se da en un entorno en el que la información contextual es escasa o casi inexistente. Twitter, por ejemplo, tiene muchos intercambios como el siguiente:
Existe una intención irónica en el primer mensaje que no está disponible para quien le responde porque no tiene la información contextual necesaria: no conoce las posturas del enunciador acerca del tema, el tono en que lo dijo, la cara que podría haber puesto al decirlo, etc. Los emoticones cumplen en gran medida con esa función, pero, al ser genéricos (sonrisa, carcajada, tristeza, angustia, amor, asco, etc.), carecen de la especificidad necesaria.
Esta es la razón que permite explicar la necesidad de los hablantes de dar con un marcador que cumpla esa función. Por ejemplo, en el siguiente tuit, la interpretación de que la persona está muy cerca de cumplir 40 años, es decir, lo contrario de lo que declara en sentido recto, es habilitada por la presencia del marcador ah re:
Es a partir de esa escasez de información contextual y textual (se requiere siempre brevedad), creada por las particulares condiciones impuestas por internet, que la expresión ah re tuvo la explosión de uso que marcan los corpus y está, desde ahí, ingresando en el repertorio de la expresión oral. La lingüista estadounidense Gretchen McCulloch explora si la sigla lol (“laugh out loud”, ´reírse a carcajadas´), escrita en minúsculas (detalle clave), tiene, entre varios usos diferentes, el de marcador de ironía, sarcasmo o, más generalmente, broma². No sería improbable que, sometidos a los mismos condicionamientos tecnológicos, entre hablantes de otras lenguas se haya desarrollado también un marcador similar. La diferencia que parece tener ah re respecto de lol es que cuenta con menos competencia de usos asentados para la misma forma en la lengua de internet y, por lo tanto, su nivel de especificidad sería mayor. La conclusión de que es improbable que esta necesidad comunicativa deje de existir, sumada al hecho de que, según distintos informantes, está en uso desde hace unos quince años, daría cuenta de que estamos ante una expresión que llegó para quedarse.
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1 Canter, H. V. (1936). “Irony in the Orations of Cicero”. The American Journal of Philology, 57 (4), 457-464.
2 McCulloch, Gretchen. Because internet: understanding the new rules of language. New York, NY: Riverhead Books, 2019.