«Chau», solemos decir con frecuencia para despedirnos de alguien, dando por finalizada una conversación, probablemente virtual en este tiempo de distanciamiento físico marcado por diálogos telefónicos, o en dos dimensiones, o en tres pero tapabocas mediante. Sería extraño suponer que, cada vez que empleamos esa palabra, nos declaramos esclavos de la persona a quien saludamos, muchas veces un ser querido. Y sin embargo, en los orígenes de la expresión, la cortesía llevaba al emisor a colocarse en ese rol de servidumbre hacia su interlocutor: chau —como se pronuncia en un grupo de países que incluye la Argentina, o chao, como se prefiere en otros— fue tomada de la voz italiana ciao y esta, a la vez, de la fórmula abreviada veneciana s-ciavo, ´soy su esclavo´. En Italia, ciao significa tanto ´hola´ como ´adiós´, de modo que podría sugerirse que los hispanohablantes hemos logrado, por cierto, una parcial emancipación en esa autoproclamada condición de esclavitud.
Indudablemente, las etimologías pueden ser fascinantes. También un elemento indispensable en los estudios léxicos de la lingüística diacrónica y de la semántica, que se valen de ellas para explorar las sutiles mutaciones de los significados y hasta para reconstruir vocabulario de lenguas extintas. Sin embargo, no es atinado suponer que la etimología describe por sí sola el significado de una palabra, puesto que los vocablos de una lengua evolucionan en su semántica a veces apartándose notoriamente del sentido original.
Tomemos el ejemplo de bárbaro, derivada de la voz latina barbarus, que por su parte deviene de la griega (´extranjero´), una forma onomatopéyica porque, según el testimonio de antiguos escritores griegos, los extranjeros hablantes nativos de otras lenguas parecían comunicarse a través de un balbuceo similar a bar… bar… Como otras culturas de la antigüedad y de la actualidad, la Grecia clásica no se destacaba por la ausencia de etnocentrismo.
Más de dos mil años después, con la palabra española bárbaro podemos adjetivar, paradójicamente, tanto algo que consideramos tosco y grosero como algo que juzgamos excelente. Teniendo en cuenta estas significaciones casi antagónicas, si no disponemos de contexto, una «conducta bárbara» puede ser motivo de escándalo o de admiración. No es improbable entrever cierto recorrido semántico si partimos de ´extranjero´ y continuamos —con algo de xenofobia inicial— por ´tosco´, ´grosero´, ´desmedido´, ´grande´ y ´magnífico´ para arribar a ´excelente´, pero esta secuencia no desmiente el hecho de que uno de los usos actuales tiene muy poco que ver con el original. Podría afirmarse, incluso, que este devenir semántico da cuenta de que la palabra, a través del uso, ha cambiado de sentido a lo largo del tiempo y que el significado etimológico no necesariamente justifica algunos de los actuales. De la misma forma que puede ser muy interesante pero no indispensable asociar el saludo chau con el ofrecimiento a su destinatario de someterse bajo su dominio a extenuantes trabajos forzados.
Tampoco debemos perder de vista que, cuando se fija una etimología, se está haciendo un corte convencional en la historia de los orígenes de la palabra, por lo general respaldado en textos donde está presente la palabra de la que procede (llamada técnicamente étimo), escritos latinos en el caso de la mayoría de las voces del español y de las demás lenguas romances. Pero esas voces derivan, a su vez, de antiguos vocablos, previos a las migraciones que finalmente se establecieron en Grecia o Roma, étimos también pero a veces imposibles de rastrear, perdidos en la oralidad sin escritura de los remotos pueblos indoeuropeos.
De todos modos, que el significado etimológico sea a veces poco operativo para describir el actual, no disminuye el encanto de saber por ejemplo que, de alguna manera, el mensaje ´extranjero, soy tu esclavo´ está en la historia de la frase —hoy tipeada en WhatsApp o dicha a dos metros de distancia— «bárbaro, chau».