En ocasiones, factores como la repetición o el uso intensivo de ciertas palabras hacen que cambien su sentido etimológico por uno nuevo, ya sea con mucha o poca distancia respecto del original. Sin embargo, un fenómeno extraño y particular dentro de los procesos de cambio semántico es aquel en que la mutación se produce al punto de representar un sentido ya no solo alejado del primero, sino opuesto. Tal es el caso, por ejemplo, de jamás, que en un principio significaba ´siempre´, ´alguna vez´. También se puede citar el ejemplo de bizarro, de cuya acepción originaria de ´iracundo´ se pasó a las de ´fogoso, brioso´ y ´pulido, pulcro´. O el de fechoría, que en Cervantes vale lo mismo que ´hazaña´, sin el matiz peyorativo que toma más tarde.
En el español de la Argentina, se puede mencionar el caso de pelandrún, adjetivo/sustantivo derivado del italiano que designaba a una persona pícara, astuta y acabó por significar ´tonto, de pocas luces´. Algo similar sucede con los términos calentura y caliente, que congregan a la vez la idea de ´enojo, irritación´ y la de ´entusiasmo, deseo´. Ya en el léxico más reciente, es posible aludir a las llamadas “malas palabras”, que despojadas de su tradicional carga insultante adquieren en determinados contextos de uso un matiz afectivo, o también se puede hacer referencia al adverbio mal que actualmente se usa también con el significado de ´mucho, intensamente´.