Brevísima historia de la Academia Argentina de Letras

por PEDRO LUIS BARCIA
Académico
Academia Argentina de Letras


En nombre de la Academia Argentina de Letras y del Ministerio de Educación de mi país, rindo homenaje, y hago mi respetuoso "enclín" berceano, a don Alonso Zamora Vicente quien, con generosa siembra, vivió cuatro floridos y plenos años entre nosotros, de 1948 a 1952: dirigió el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, fundó la revista Filología, de vida vigente; publicó libros definitivos de crítica literaria, ediciones de clásicos, y estudios lingüísticos; y colaboró activamente en el suplemento cultural del diario porteño La Nación y en revistas como Buenos Aires Literaria. Su presencia dejó impronta. Le aplicamos a él las palabras que destinó, al final de su presentación del número inicial de Filología, al maestro don Ramón Menéndez Pidal: "Nos sentimos obligados, por deuda impagable, a continuar, en la escasa dimensión de nuestras fuerzas, las exigencias de su lograda, bien llena vocación", escribía en agosto de 1949.

En 1968 declaró: "Yo escribo los domingos". Cierto es. Pero hay más. Alonso Zamora Vicente escribe dominicalmente, con ánimo festivo dominical. Cumple con aquello del francés: "La literatura es el domingo del espíritu".

Con natural orgullo subrayamos que, desde 1962, es miembro correspondiente de nuestra Academia y del Consejo Asesor de nuestro Boletín. Así lo recordamos en esta sencilla ofrenda que cifra su presencia argentina y testimonia nuestra gratitud permanente.

PREHISTORIA. PRECURSIONES

La historia de nuestra Academia tiene su prehistoria, protagonizada por dos instituciones precursoras de la actual Corporación, y caldeada por una sostenida polémica, cuya sangre no llegó al Río de la Plata. Abocetaré inicialmente esta primera etapa.

Academia Argentina de Ciencias y Letras (1873-1879)

El 9 de julio –fecha de nuestra independencia nacional, elegida con intencionalidad política– de 1873 se fundó, en Buenos Aires, la Academia Argentina de Ciencias y Letras. Su presidente fue el dramaturgo y poeta don Martín Coronado. Integró esta Sociedad un conjunto de intelectuales argentinos representantes de las diversas esferas del saber: gente del Derecho como Juan Carballido, Gregorio Uriarte. Luis A. Pinto y Carlos Basabilbaso; periodistas como Carlos Vega Belgrano, poetas como Rafael Obligado y A. Lamarque; científicos como Eduardo Ladislao Holmberg, Enrique Lynch Arribálzaga, Luis Fontana y Atanasio Quiroga; artistas plásticos, como Ventura Lynch y Lucio Correa Morales; historiadores como Clemente Fregeiro y eruditos en todo terreno, como Ernesto Quesada. La Corporación alentó hasta 1879, año en el que suspendió sus sesiones para siempre. La Academia no tuvo un órgano oficial que comunicara sus labores, aunque sí alguno oficioso como El Plata Literario (1876), de un solo año de vida. La institución aplicó su atención muy particularmente a cuestiones de la cultura nacional, aspectos argentinos de la literatura, las artes, la geografía, la botánica y la lengua. El principal proyecto que atareó a esta Academia fue la elaboración de un Diccionario de argentinismos, Diccionario del lenguaje argentino o Diccionario del lenguaje nacional, que fueron los varios nombres que recibió el intento. En rigor, avanzó en el proyecto con paso firme, pues en 1876 ya había agavillado dos mil voces y quinientas locuciones, en sus correspondientes cédulas. Y, a la muerte de la Academia, el registro de argentinismos ascendía a algo más de 4000 vocablos, según testimonios de algunos de los académicos. Este Diccionario de argentinismos se nos propone como el primero en su especie. Lo precedieron el exiguo "Vocabulario rioplatense" de Francisco Javier Muñiz (1845) y, el perdido léxico –quizá no para siempre, pues tengo la esperanza de recuperarlo– preparado por don Juan María Gutiérrez, hacia 1860, para el sabio francés Martín de Moussy.

La Academia Argentina de Ciencias y Letras trabajó con estimable disciplina en su lexicón. Se redactó un prospecto con instrucciones para el trabajo lexicográfico y lo que hoy llamaríamos la planta; se constituyó una comisión con representantes de distintas disciplinas, que se reunía semanalmente a proponer y discutir los vocablos para la compilación. Hacia 1876 se habían organizado subcomisiones especializadas para la labor. Incluso, con neta conciencia de las variantes regionales de la lengua, se designaron académicos correspondientes del interior de la Argentina, a los que se consultaba sobre el ámbito de uso de los términos en cuestión y se les solicitaba proposición de voces. De esta ardua labor solo, al parecer, ha sobrevivido una docena de vocablos publicados en El Plata Literario, que di a conocer en el seno del trabajo de investigación que destiné a esta publicación. Allí me demoro en detalles de la planta y ejemplificación de diversas observaciones sobre este léxico argentino. A la vez, por otras fuentes, he rescatado otro conjunto de vocablos tratados por la Academia.

En El Plata Literario, se publicó la "Colección de voces americanas" preparada por Manuel Trelles hacia 1853, con 309 voces, conocida por J. M. Gutiérrez, quien le dedica una carta con consideraciones notables sobre las condiciones que debe cumplir un Diccionario de americanismos. Estos documentos los reproduje en mi trabajo citado anteriormente.

El mayor aporte de la Academia Argentina de Ciencias y Letras fue este nonato Diccionario de argentinismos, el primero como proyecto académico en nuestra historia lexicográfica nacional. Lamentablemente, la obra quedó inconclusa al disolverse la Corporación en 1879.

Polémicas en torno a la potencial Correspondiente (l870-1880)

En la década del setenta, se abrieron algunas disputas a propósito de la designación de miembros correspondientes de la Real Academia de la Lengua en la Argentina. Aceptaron su designación Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, don Ángel Justiniano Carranza, Luis Domínguez, Carlos Guido Spano, Vicente Quesada, Pastor Obligado, Ernesto Quesada y Carlos María Ocantos. En 1875, Juan María Gutiérrez rechazó públicamente su diploma y se demoró en una desnivelada polémica con un publicista español radicado entre nosotros, Juan Martínez Villergas. Los textos de la polémica, ventilada en diarios de la época, fueron reunidos en el tomo Cartas de un porteño. No podía faltar en estos trámites la nota nacional: don Juan Bautista Alberdi aceptó su denominación, pero jamás recibió su diploma de correspondiente... extraviado por el ineficiente correo argentino. Frente al programa aprobado por la Academia Española de creación de Academias correspondientes, en noviembre de 1870, Alberdi se planteaba si se trataba de "La recolonización literaria de la América del Sur por la Academia Española", para concluir que España no debe ser sospechada de intenciones restauradoras en el terreno cultural.

En la dicha década se cruzaron algunas cañas en torno a la cuestión, propuesta por la Real Academia, de la creación de Academias Correspondientes en Hispanoamérica. Algo tardíamente, en 1889, se traba una disputa por la conveniencia de aceptar dicha iniciativa, entre el poeta Rafael Obligado –quien había opinado favorablemente, en una entrevista de el diario La Prensa, de Buenos Aires–, y su amigo Juan Antonio Argerich. Me he detenido en este pleito en el estudio preliminar a las Prosas de Obligado, que rescaté y publiqué en la Academia hace un cuarto de siglo; a él refiero para evitar mayor detalle.

Argerich llama a la potencial Correspondiente "la sucursal" ("Por la negativa. La sucursal de la Academia". En La Nación, Buenos Aires, 6 de agosto de 1889, p. 1, cols. 2-3), y denuncia que su establecimiento afectará a la soberanía nacional con "avasallamientos" y "vasallajes". Propone, a su vez, "una Academia argentina de la lengua castellana" que genere su propio diccionario, como el Webster norteamericano frente a los léxicos ingleses. Obligado responderá, entre bromas y veras, con cuatro artículos, titulados: "Por la afirmativa. Cuestión casera" (La Nación, Buenos Aires, 7, 9, 11 y l4 de agosto de 1889, p. 1). Como se sabe, Obligado sostuvo, en trabajos críticos, un firme argentinismo estético, pero no extravía su postura al abordar estas cuestiones. Por el contrario. Estima que es innegable la autoridad de España en el idioma, reconoce el caudal literario que la sustenta, de varios siglos, frente a nuestros balbuceos de una literatura nacional, y, por fin, dice:

"Si ha producido el mejor diccionario, como usted y yo creemos, ¿cómo negarle nuestro aplauso?, ¿cómo no hacerle justicia? ¿cómo ser irrespetuoso con ella, después de reconocerle el servicio eminente?" (Prosas, p. 71).

Y hace esta manifestación que, diez años después, habrá de cumplir cabalmente:

"Suponga usted que ya estoy nombrado miembro correspondiente de la Academia, y concediéndome una virtud que no tengo, imagíneme laboriosísimo en el cumplimiento de mis nuevos deberes. ¿Cuáles son ellos? Voy a expresárselos gráficamente: Señor Secretario de la Academia: En mi país son de uso literario y corriente las siguientes palabras, las cuales, en mi sentir, deben incluirse en el gran Diccionario de la lengua. Saludo a usted, etc...". A continuación de esta breve misiva, doctor amigo, lea usted una lista de nombres, verbos, locuciones y modismos argentinos, y pare usted de contar. ¿Qué la Academia no los acepta? ¡Peor para ella!... y no para mí, que los seguiré usando a destajo" (Prosas, p. 74).

Argerich ridiculiza la labor de la posible Correspondiente, como puesta a la caza de atorrantes para suplantarlos por vagabundos.

En la cuarta entrega, Obligado profetiza que "la Academia Correspondiente no se fundará", por dos razones:

"La primera, porque somos asustadizos en materia de independencia literaria, cuando de España se trata, aunque doblemos el cuello mansamente a las demás naciones, especialmente a aquélla que usted sabe; y la segunda, porque... vaya, porque somos así" (Prosas, p.84).

Un artículo final de Argerich cierra con su título la cuestión disputada: "El entierro de la sucursal" (La Nación, Buenos Aires, 14 de agosto de 1889, p. 1, cols. 3-4). Sepultada antes de nacida.

Al año siguiente de la disputa, Obligado aceptará su diploma de correspondiente, y lo hará público en una carta a Tamayo y Baus (La Nación, jueves 16 de enero de 1890, p. 2; v. Prosas, pp. 89-90).

Primera propuesta nacional de una Correspondiente (1903)

En 1903, al cabo del largo estudio preliminar que Estanislao S. Zeballos, correspondiente de la Real Academia, compone para la primera edición del libro de Ricardo Monner Sans, Notas al castellano en la Argentina (Buenos Aires, 1903), el polígrafo propone a los académicos correspondientes de la Real Academia Española de la Lengua en la República Argentina, señores Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Vicente G. Quesada, Carlos Guido Spano, Rafael Obligado, Calixto Oyuela, Ernesto Quesada y el propio Zeballos (estos ocho vivos y presentes en el país, pues habían muerto para entonces Juan Bautista Alberdi, Ángel Justiniano Carranza, Luis Domínguez; y don Carlos María Ocantos residía en Madrid):

"Reuníos y organizad la Sección Argentina de la Academia, a semejanza de las de Colombia, de México y de Venezuela. Contribuid al perfeccionamiento del Diccionario y a su riqueza por la proposición de neologismos y de americanismos. Y sobre todo, y con patriótico anhelo, ved que en vuestro país se hable y escriba correctamente una lengua y sea ella la que, sonora y copiosa, habla el pueblo argentino en el acta de su independencia, en la más liberal y humanitaria de las constituciones políticas, en sus leyes tutelares de los derechos del hombre, que no solamente del ciudadano, en las páginas épicas de su breve historia, en las aspiraciones de sus patricios, en las plegarias matinales de los niños, y en la inefable bendición de las virtuosas madres".5

Esta enfática convocatoria, que firma, significativamente, un 25 de mayo, aniversario del Cabildo fundacional de la Argentina independentista, no fue escuchada ni halló concreción.

La primera Academia Argentina de Letras alentó de 1873 a 1879. En 1903, el compatriota Zeballos instó a la creación de una Academia Argentina Correspondiente, pero no cuajó su moción, como acabo de señalar. Sí, en cambio, siete años después, con motivo del cumplesiglos del año 1810, plasmó, en este período de la prehistoria de nuestra Corporación, la fundación de la primera, desconocida y olvidada Academia Argentina de la Lengua, Correspondiente de la Real de España. Su existencia ha permanecido ignorada por los investigadores y por cuantos se han referido ocasionalmente al origen de nuestra actual institución. Veamos los hechos.

Academia Argentina de la Lengua, Correspondiente de la Real (1910)

Con motivo del Centenario de Mayo, en 1910, acudió al país, como representante del gobierno español, Su Alteza Real la Infanta Isabel María Francisca de Borbón. En su comitiva viajó don Eugenio Sellés, Marqués de Gerona, miembro de la Real Academia. Traía la misión de fundar en Buenos Aires una Academia Argentina, correspondiente de la matritense. Invitó a los once académicos argentinos correspondientes a una reunión, que se realizó el 28 de mayo, en la residencia porteña de la Infanta Isabel. Según el acta labrada, asistieron a la reunión los correspondientes: Vicente G. Quesada, Calixto Oyuela, Rafael Obligado, Ernesto Quesada, Joaquín V. González, Estanislao S. Zeballos, Pastor S. Obligado y Belisario Roldán (hijo). Es decir, ocho de los once argentinos. Se resolvió en esa fecha, por unanimidad, fundar la Academia Argentina, Correspondiente de la Española; designar como director y secretario perpetuos a don Vicente Quesada y a Calixto Oyuela, respectivamente, y fijar en dieciocho el número de los académicos.

Dos días después, el 30 de mayo, se reunieron los ocho miembros fundadores, en casa de Vicente G. Quesada, que valdrá, entonces, como sede de la Academia Argentina de la Lengua, según se decidió llamarla. En esta sesión inicial de la institución, Rafael Obligado propuso, de viva voz, un plan de actividades. Al año siguiente, lo definió por escrito, en carta del 10 de noviembre de 1911, al Director de la Academia Argentina de la Lengua, Dr. D. Vicente G. Quesada. He recogido este documento en el ya citado volumen Prosas de Obligado (ed. cit., pp. 97-102). Es importante rescatar las sugerencias, aceptadas por la novísima Academia:

  1. Corrección y ampliación de las definiciones de los argentinismos incluidos en la decimotercera edición del Diccionario de la Academia Española. Añadiendo solo sus derivados, para dar restringido principio a la tarea.
  2. Distribuir entre los académicos, para esta labor, las letras del Diccionario. Obligado, a quien correspondió la "A", subraya que no pasan de treinta los argentinismos y sus derivados. Señala cómo varias de las que creyó acepciones nuestras eran, en realidad, arcaísmos españoles.
  3. Dirigir a la Academia Española, en nota razonada, las siguientes proposiciones:
    1. Que invite a las Correspondientes de América a coleccionar y definir las voces y locuciones regionales, para publicarlas en conjunto, e independientemente del léxico castellano, con el objeto de iniciar la formación de un vocabulario hispanoamericano.
    2. Que la Academia central se encargue de la coordinación de las papeletas lexicográficas, de mencionar los países de donde provienen, los diversos significados o acepciones comunes en ellos, y si la voz es también usada en España.
    3. Que el objeto principal del vocabulario es ofrecerlo a la Academia para que tome de él las palabras que juzgue conveniente incluir en su Diccionario.
    4. Que se llevará a cabo la publicación de la obra cuando, a juicio de aquel cuerpo, se le haya enviado material bastante para una primera edición del vocabulario.
    5. Que la Academia Argentina de la Lengua propondrá oportunamente la forma de costear la impresión del vocabulario hispanoamericano, de modo que no sea gravosa para la Academia Española.

La propuesta de Obligado tiende a evitar roces y situaciones enojosas –como se dieron entre la Academia Española y algunas Correspondientes– de rechazos o desconsideración de las propuestas elevadas para incluir en el gran léxico común y, a la vez, para salvar suspicacias y celos de nacionalismos y de soberanía cultural. La labor de las Correspondientes se centraría en la elaboración del gran Diccionario de americanismos, como obra de labor específica, del cual la Española tomará aquello que estime conveniente para el Diccionario general.

De seguido, Obligado, viejo batallador por un diccionario de argentinismos desde, por lo menos, 1873, en las sesiones de la Academia Argentina de Ciencias y Letras, celebradas en los altos de su casa –tertulias en las que se había sustituido el tradicional chocolate por el mate criollo– y preservador del caudal de los cuatro mil reunidos, recuerda la existencia de varias fuentes, unas impresas y otras inéditas, a las cuales recurrir para la tarea lexicográfica.

En el marco de la propuesta del poeta de Santos Vega, otro cofrade, Estanislao Zeballos propuso un modelo de asiento lexicográfico a partir de la expresión: "caballo recelador" y "caballo retajado", interesante como muestra de una labor sistemática. El mismo Zeballos eleva a la Academia Argentina, ese mismo año de 1911, algunas sugerencias complementarias del programa de Obligado. Se ha entendido, finalmente, que no son suficientes "los guerrilleros de la lexicografía", como llaman Zeballos y Quesada a aquellos que en un trabajo individual, solitario, se esforzaban por aportar su contribución al estudio de los "regionalismos" –como también se decía por entonces– o americanismos. Se impone la labor corporativa o "las corporaciones confederadas", al decir de los autores del Informe de 1911, de toda Hispanoamérica y España para el trabajo en pro del bien común del idioma. Ernesto Quesada y Estanislao Zeballos señalan que no ha sido convocada la Correspondiente Argentina para colaborar en la preparación de la décimocuarta edición del Diccionario, y a esta incomunicación con lo peninsular se le suma la interamericana: "Nuestra Academia aun no ha recibido contestación a la comunicación circular dirigida a cada una de las corporaciones hermanas, participándoles la instalación de la nuestra y solicitando la colección de sus publicaciones para nuestra incipiente biblioteca".

Fundada con el ánimo exultante del Centenario de Mayo, en 1910, la Academia Argentina de la Lengua, primera correspondiente de nuestro país, se aplicó a la tarea de elaborar un Diccionario de argentinismos, apoyado en los aportes existentes, éditos e inéditos. Los primeros meses de 1911, se incorporaron nuevos académicos: el latinista Osvaldo Magnasco, José María Ramos Mejía, Enrique Rivarola, José N. Matienzo y Samuel Lafone Quevedo. Pero, andados los meses, la labor pareció espaciarse y amortecerse el entusiasmo inicial, quizá por falta de eco en las Academias restantes de Hispanoamérica y España, los cambios políticos y el poco o ningún apoyo en los medios de comunicación porteños. Es curioso verificar la casi inexistencia de menciones a la creación y proyectos de la Academia en la prensa local y en las revistas culturales del medio argentino. Valga un solo indicador: en ninguna página de la veterana y longeva revista Nosotros aparece mención ni siquiera el nombre de la joven Corporación. Su vida de diluirá con el andar del tiempo, hasta el punto de que ninguna referencia a ella existe en investigaciones y panoramas sobre labores de su campo.

HISTORIA DE LA ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS

La institución que hoy conocemos como Academia Argentina de Letras fue creada por decreto del 13 de agosto de 1931, por el Presidente provisional de la Nación, general José Félix Uriburu, y su Ministro de Justicia e Instrucción Pública, don Guillermo Rothe. Dicho decreto dice: “Para completar la fisonomía espiritual que dan a la República sus instituciones culturales y, CONSIDERANDO

1.° Que el idioma castellano ha adquirido en nuestro país peculiaridades que es necesario estudiar por medio de especialistas;

2.° Que es conveniente que el Estado contribuya a otorgar a los escritores la significación social que les corresponde, e infundir en el pueblo la noción de la importancia de la literatura;

3.° Que estos propósitos podrán ser satisfechos por medio de la creación de una Academia de Letras que tendrá a su cargo las funciones de las similares existentes en otros países;

El Presidente del Gobierno Provisional de la Nación Argentina DECRETA: Artículo 1.°) Créase la Academia Argentina de Letras, que se compondrá de veinte miembros con carácter honorario.

Artículo 2.°) La Academia de Letras redactará su propio Reglamento que someterá oportunamente a la aprobación del Poder Ejecutivo.

Artículo 3.°) Son funciones de la Academia Argentina de Letras:

a) Dar unidad y expresión al estudio de la lengua y de las producciones nacionales, para conservar y acrecentar el tesoro del idioma y las formas vivientes de nuestra cultura.

b) Entender en todo lo referente a creación, discernimiento y reglamentación de los premios literarios instituidos o a instituirse por la Nación.

c) Estimular las formas de elevar, en sus múltiples aspectos, el concepto del Teatro Nacional, como importante factor en la educación y cultura populares.

d) Velar por la corrección y pureza del idioma, interviniendo por sí o asesorando a todas las reparticiones nacionales, provinciales o particulares que lo soliciten.

Artículo 4.°) Nómbranse Miembros de la Academia Argentina de Letras a...

Articulo 5.°) Por el Departamento de Instrucción Pública se adoptarán las medidas del caso a fin de que la Academia pueda iniciar sus sesiones a la mayor brevedad.

Artículo 6.°) Comuníquese, etc. Fdo. URIBURU Rdo. GUILLERMO ROTHE.

Se advertirá que la denominación usual para la lengua en el documento fundacional, y que se mantiene en los subsiguientes, es la de “castellano”, según un sostenido uso en el Río de la Plata, que ha sido estudiado y documentado en sus razones electivas –lo que me libera de exponerlas– por don Amado Alonso en su esclarecedora obrita: Castellano, español, idioma nacional. Igualmente, se aprecia cómo se pone un acento evidente en la literatura junto al cuidado estudioso por el idioma. Su nombre es “de Letras” y no “de la Lengua”, como en la generalidad de sus hermanas. En una de las primeras reuniones del Cuerpo, se determinó así el alcance de la palabra “Letras” en la nominación:

“La Academia interpreta el vocablo ‘Letras’ que integra su denominación, como comprensivo de Idioma, Filología, Lingüística; y consideradas del punto de vista de la forma, las obras históricas y sociológicas”.

También es subrayada la atención que prestará a “la importancia de la literatura” y “el valor social de los escritores”. Además, el punto c) del art. 3.° versa sobre “el Teatro Nacional, como importante factor en la educación y cultura populares”, lo que resulta particularmente interesante, en cuanto supone una función educativa social por parte de ese género, por la que deberá velar la Academia. No obstante, esta perspectiva no ha sido objeto de preferente preocupación a lo largo de la historia de nuestra Corporación. Igualmente, es significativa la relación que establece entre la institución académica y el plano de la fisonomía espiritual del país, que la Academia contribuiría a robustecer, y la animación de las formas vivientes de la cultura argentina.

El 11 de septiembre de 1931 se realizó una reunión de intelectuales en el Despacho de Presidencia y Relaciones Institucionales del ministro Rothe. A ella, asistieron trece escritores: Calixto Oyuela, Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, Leopoldo Díaz, Enrique Banchs, Gustavo Franceschi, Juan B. Terán, Atilio Chiappori, J. Alfredo Ferrerira, Arturo Marasso, Clemente Ricci, Leopoldo Herrera y Juan Pablo Echagüe. Dos adhirieron, pero no pudieron asistir: Joaquín Castellanos y Juan Carlos Dávalos; otros dos, no supieron de la invitación por hallarse fuera del país: Gustavo Martínez Zuviría y Enrique Larreta. Un total de diecisiete miembros propuestos. Larreta no se incorporará.

En dicha reunión se eligieron, para los cargos de presidente y secretario, a don Calixto Oyuela y Arturo Marasso, respectivamente. Se constituyó una Comisión de Reglamento que habría de elaborar el propio de la institución. Se fijó el día martes para la reunión semanal del cuerpo, y la sede sería una sala de la planta baja de la antigua Biblioteca Nacional, en la calle México 564. La primera sesión ordinaria tuvo lugar el 15 de septiembre de 1931. En 1936, el académico y senador de la Nación, don Matías Sánchez Sorondo, presentó al Honorable Congreso un proyecto para adquirir el Palacio Errázuriz, situado en la Avenida Alvear 2802 –actualmente, Avenida Libertador 1902– para que funcionaran allí la Academia Argentina de Letras, la Academia Nacional de Bellas Artes, el Museo Nacional de Arte Decorativo y la Comisión Nacional de Cultura. Aprobado el proyecto por Ley N.º 12.351, sancionada el 21 de enero de 1937, el Estado argentino adquirió el palacio y las colecciones que pertenecieron a don Matías Errázuriz y doña Josefina de Alvear, su esposa. El Palacio Errázuriz, obra del arquitecto René Sergent, es un testimonio de una época de esplendor de la arquitectura argentina. Su estilo se encuadra en el neoclasicismo francés. En 1944, la Academia Argentina de Letras se desplazó al Palacio Errázuriz, en Tomás Sánchez de Bustamante 2663, que es, desde entonces, su sede institucional. El Palacio, donde funcionan actualmente también la Academia Nacional de Bellas Artes y el Museo de Arte Decorativo, fue declarado “monumento histórico artístico nacional”, por Decreto Presidencial N.° 437, del 16 de mayo de 1997.

En sesión del 17 de octubre de 1935 se resolvió nominar cada uno de los veinticuatro sillones académicos –para entonces el número de los académicos se había acrecido en cuatro más- con el nombre de un escritor relevante de nuestro país. Los autores elegidos fueron: Juan Bautista Alberdi, Olegario V. Andrade, Nicolás Avellaneda, Miguel Cané, Martín Coronado, Esteban Echeverría, fray Mamerto Esquiú, José Manuel Estrada, Joaquín V. González, Carlos Guido Spano, Juan María Gutiérrez, Ricardo Gutiérrez, José Hernández, Vicente Fidel López, José Mármol, Bartolomé Mitre, Francisco Javier Muñiz, Rafael Obligado, Calixto Oyuela, José María Paz, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Cruz Varela, Ventura de la Vega y Dalmacio Vélez Sársfield.

En la sesión del 8 de agosto de 1940, se eligió como emblema de la Academia una columna jónica y el 3 de octubre del mismo año, se decidió que la acompañaría el lema: Recta sustenta. En la sesión del día 24 del mismo mes se aprobó el dibujo, obra del artista plástico Alfredo Guido, que representa la columna y su leyenda. Se encargó a don Gonzalo Leguizamón Pondal el cuño de la medalla que representaba el emblema adoptado. El académico Enrique Banchs explicitó, en una página sobria y sugestiva, el sentido o, por mejor decir, el conjunto de significaciones asociadas y alusivas contenidas en el emblema y el lema.

Desde 1931 a la actualidad se han sucedido once presidentes –me toca la honra de ser el onceno, para decirlo en la fabla de la crónica vieja– y una sucesión de ochenta y siete miembros de número en los setenta años de vida de la Corporación.

En estos setenta años de historia académica, han sido electos cuarenta y nueve Académicos correspondientes de distintas provincias argentinas y ciento dieciocho representantes de todo el mundo. En estos momentos, el académico correspondiente extranjero –esto es un decir, porque lo sentimos parte de nuestro patrimonio pues, a lo largo de cuatro fructuosos años de su vida, se aquerenció entre nosotros, de allí que podría decir, con variante de la expresión aplicada al Doctor Subtilis: Argentina me tuvo, y lo tenemos–, el decano de los correspondientes, digo, es nada menos que don Alonso Zamora Vicente. Como se ve, esta figura respetada, grata y querible aparece en la realidad rioplatense, como decía nuestro lírico Enrique Banchs, “como el cielo detrás de todos los paisajes”.

La primera de una larga y nutrida serie de publicaciones generadas por la Academia fue el Boletín, cuyo número inicial se publicó en 1933 y comprendía el trimestre inicial del año, enero-marzo. La Comisión Redactora del Boletín se integró con los académicos Juan B. Terán, Rafael Alberto Arrieta, Leopoldo Díaz, Juan Pablo Echagüe, Arturo Marasso, Carlos Obligado y Calixto Oyuela. La “Advertencia”, del número inicial estuvo a cargo de Terán quien, entre otros conceptos definitorios, decía: “La creación de una Academia Argentina de Letras nada tiene que ver con el ‘idioma de los argentinos’, que ni existe ni es deseable”. Esta afirmación aventaba cualquier recuerdo del proyecto malhadado, populista y falaz del improvisado profesor francés, de mala memoria, Antoine Abeille, autor del ruidoso folleto Idioma de los argentinos (1910), que alentó en su tiempo una siempre resurgente –como el Guadiana– tendencia a hablar de la “lengua nacional”. Reafirmaba Terán: “Es un fortuna pertenecer a la comunidad que habla la lengua castellana, en la que escribieron Cervantes y Quevedo”.

Las noventa y seis páginas de la escueta publicación periódica, que aspiraba a ser trimestral, estaba vestida de un color gris tenue, que habría de virar hacia el celeste verdoso con el tiempo y el cambio de los directores, para retornar a un color similar al original, aunque algo más oscuro. “La sabiduría de lo gris”, diríamos recordando la expresión goetheana. El manojo de páginas ya contenía, in nuce, lo que habrá de ser la materia habitual de una larga vida editorial. Se abría con una colaboración de Amado Alonso, nuestro primer Académico Correspondiente por España, en una lista de los primeros diez incorporados en la sesión del 23 de agosto de 1932: Narciso Alonso Cortés (España), Néstor Carbonell (Cuba), Manuel Domínguez (Paraguay), Ricardo Jaimes Freyre (radicado en la Tucumania argentina), Francisco García Calderón (Perú), Ramón Menéndez Pidal (España), Alfonso Reyes (México), Francisco Rodríguez Marín (España), Baldomero Sanín Cano (Colombia) y Karl Vossler (Alemania). Toda buena compaña. Podría decirse de nosotros que éramos unos recién llegados a lo académico, pero ¡vaya si supimos elegir socios para la empresa! El aporte de Alonso versaba sobre “Intereses filológicos e intereses académicos en el estudio de la lengua”. Le seguían un trabajo de Arrieta, “Las alegrías de un bibliófilo”, y otro de Marasso, sobre Fray Luis de León. Luego, dos notas necrológicas despedían a los primeros académicos que partían a la otra Casa: el de número, Joaquín Castellanos, y el correspondiente, el boliviano ya querido como nuestro, Jaimes Freyre.

Se inició en este número la “Bibliografía del castellano en la Argentina”, que respondía a la primera resolución adoptada por el Cuerpo respecto de la formación de un registro de cuanto valioso se había escrito en el país desde el siglo XIX; esta sección habrá de tener larga y provechosa vida en las páginas del Boletín. Se transcribió el acta fundacional de la Academia y el primer “Estatuto y Reglamento”, debidamente aprobado por las autoridades nacionales, como determinaba el decreto de creación, el 28 de octubre de 1931. El art. 9.° establecía la designación de “Presidente” para quien estuviera a la cabeza de la Corporación, en lugar de “Director”, como era uso en las otras corporaciones hermanas. Se fijaba el número de los académicos en veinte (art. 4.°), la periodicidad quincenal de las reuniones los días martes primero y tercero (art. 12.°), espaciándolas de las decretadas inicialmente como semanales.

Otra de las primeras resoluciones de la Corporación fue solicitar a diarios, teatros y broadcastings –como entonces se decía y escribía– su colaboración para desterrar de sus textos, repertorios y audiciones, voces y frases incorrectas. De igual manera reclamaba al Gobierno Municipal y Nacional la desautorización de carteles publicitarios que no respetaran las reglas del idioma. Es decir que rompía una posible insularidad y se aplicaba a proyectar su acción en el medio.

El Boletín de la Academia Argentina de Letras (BAAL) sigue editándose, y ha alcanzado el N.º 268 hasta el año 2000. Actualmente hay en prensa dos volúmenes. Se ha publicado, en forma independiente, un Índice general del Boletín (1933-1982) (Buenos Aires, AAL, 1984), que comprende los números 1 a 186. Hoy en día, se prepara la actualización de dicho índice hasta el presente.

En 1941 se inicia una primera serie de libros de la Corporación, la de “Clásicos Argentinos”, inaugurada con un volumen colector de trabajos de Juan María Gutiérrez titulado Los poetas de la Revolución. He sido honrado con la inclusión de dos tomos que preparé para dicha Colección, mucho antes de ser incorporado como académico, en 1976 y 1982. Los “Clásicos Argentinos” han alcanzado dieciséis volúmenes. Es una serie que debemos retomar con firmeza.

En 1946, se inauguró una segunda serie, la de “Estudios Académicos”, de contenido vario: traducciones del inglés y el latín, obras de paremiología argentina, memorias, estudios críticos, biografías. Quiero subrayar los dos tomos titulados: España y el Nuevo Mundo. Un diálogo de quinientos años, compuestos exclusivamente con trabajos pontoneros de académicos, obra editada como homenaje al Descubrimiento, en 1992. Estuvo al cuidado de don Federico Peltzer.

Una tercera serie se inició en 1976, la de “Estudios Lingüísticos y Filológicos”, inaugurada con un volumen valioso, compilador de trabajos del impar don Pedro Henríquez Ureña: Observaciones sobre el español en América y otros estudios filológicos.

La serie “Homenajes” se genera a partir del número del Boletín dedicado a Cervantes, editado en 1947. Pero es a partir de 1975, con el dedicado a Leopoldo Lugones, cuando cobra independencia, y alcanza dos decenas de volúmenes, consagrados a figuras como las de Pedro Salinas, Vicente Huidobro, José Hernández, García Lorca, Sarmiento, Alfonso Reyes, Juana de Ibarbourou, Sor Juana Inés de la Cruz y Victoria Ocampo, entre otras.

Los discursos de recepción de los académicos se editaron en forma independiente desde 1933 hasta 1947 en cuatro volúmenes. Fuera de serie queda un par de docenas de tomos de diversa materia. Cabría destacar, entre ellos, el Diccionario de americanismos de Augusto Malaret, en dos tomos; la obra inédita de Lugones, Diccionario etimológico del castellano usual, que no pasó de la letra “A” en sus casi cuatrocientas páginas; el valioso tomazo del IV Congreso de las Academias de la Lengua Española, realizado en Buenos Aires en 1964, las poesías y las prosas de Enrique Banchs; las Memorias y el Diario de Pedro Henríquez Ureña; el Léxico del habla culta de Buenos Aires; los doce tomos de Acuerdos acerca del idioma, con todos los consensuados en la Corporación, y tantas obras más.

En la última década, se ha editado un tomito de Dudas idiomáticas frecuentes, en segunda edición ampliada, y un Registro del habla de los argentinos, que fue una forma seminal de la obra en que actualmente trabajamos: el Diccionario del habla de los argentinos, que contendrá, en esta primera versión, más de 6500 acepciones; cada vocablo lleva varias marcas, y uno o dos textos que ilustran su uso, provenientes de obras literarias, de periódicos respetables y aun de sitios de Internet para algunos casos; cierran los artículos las referencias a los lexicógrafos que registran el término.

Se ha avanzado también en ediciones en CD-ROM como en los títulos: Registro de lexicografía argentina y Dudas idiomáticas frecuentes.

La Academia Argentina ha creado dos premios que otorga anualmente. Uno, a los mejores promedios de los egresados de las carreras de Letras de las universidades oficiales y privadas del país. Es uno de los momentos de mayor rejuvenecimiento de la Casa. El otro es el Premio Academia Argentina de Letras a los autores más destacados en narrativa, poesía y ensayo, que se van otorgando alternadamente por género.

En la historia de la Academia, se marcan con fuerza dos períodos. El primero comprende desde su fundación en 1931 hasta 1950-52, años en que se dictan la Ley N.º 14007, de 1950, y el Decreto N.° 7500 del 30 de septiembre de 1952, medidas antidemocráticas en las que se cercenan la independencia y libertad de las academias nacionales, quitándoles su derecho de elegir a sus miembros y constituir sus autoridades, al otorgar atribuciones al Gobierno Nacional para vetar las decisiones e intervenir en su funcionamiento. Se abre así un interregno que, felizmente, durará pocos años.

La segunda etapa comienza en noviembre de 1955, con el Decreto N.° 4362, del Presidente Provisional de la Nación, que ha sido denominado como el de “la restauración de las Academias Nacionales”, pues les son restituidos a las Corporaciones todos sus derechos. Puestas sobre nuestras cabezas nuestras publicaciones, como lo hice, pues son testimonio y motivo de orgullo del trabajo de los académicos, manifiesto en las varias series bibliográficas y en el Boletín, merecen ser destacados dos espacios de nuestra Academia.

La Biblioteca es uno de ellos. En los primeros años de vida institucional, la Academia no tenía una propia y se abastecía de las piezas de la Biblioteca Nacional que la albergaba. En abril de 1932, el Jefe de Trabajos Técnicos, don Augusto Cortina, elevó al presidente Oyuela un informe en el que señalaba “la necesidad urgente de formar una biblioteca técnica” que posibilitara “contestar las consultas que se reciben” y que facilitara “las tareas académicas en lo concerniente a estudios lingüísticos”. Así comenzó la preocupación por un fondo bibliográfico propio. Se lograron, gracias a las gestiones de don Luis Alfonso, las primeras adquisiciones: se comenzó con el Boletín de la Real Academia Española. En 1936 la Biblioteca disponía de tres cuerpos de anaqueles. Al año siguiente se recibió la donación de un legado importante: el de Enrique García Velloso, tres mil volúmenes de literatura argentina, iberoamericana, con preeminencia de obras teatrales. Este fue el legado fundante de la Biblioteca académica. En 1937, la Academia adquirió la biblioteca particular de Alberto Cosito Muñoz y la colección completa de la Revue Hispanique; tres años más tarde se adquirieron varios tomos de los publicados por la Sociedad de Bibliófilos Españoles, provenientes de la librería privada de Foulché-Delbosc.

Para entonces, los libros se amontonaban en paquetes sin abrir por falta de espacio. Cuando la Academia se muda a su sede actual, se les dio conveniente lugar. A partir de 1947, comienza una nueva etapa de la Biblioteca con un crecimiento aceleradísimo. En 1966, disponía de 35000 volúmenes. Esto se debió a que se fueron recibiendo legados importantes, como los de Enrique García Velloso, Luciano Abeille –el del Idioma de los argentinos– Manuel Gálvez, Alfredo de la Guardia, Jorge Max Rhode, José Oría, Rafael Alberto Arrieta, Patricio Gannon, Rodolfo Ragucci, Carlos Villafuerte, Celina Sabor de Cortazar, y otros. Algunos curiosos, como el de Abraham Rosenvasser, especializado en Egiptología y Culturas Orientales. La última donación fue la de la lamentada Ofelia Kovacci, especializada en Lingüística y Gramática. Una de las más valiosas donaciones es la de Miguel Lermon, constituida, básicamente, por primeras ediciones argentinas del siglo XIX.

Hoy la Biblioteca cuenta con más de 90000 volúmenes y una hemeroteca de 2700 títulos de revistas. La Biblioteca es un importante centro de investigación, además, claro, de estar al servicio de las actividades propias de la Academia. A partir de 1991 los procesos técnicos se computarizaron; para dicho fin se aplicó el programa Micro Isis. Se ha formado la base de datos BIAAL, que se ha iniciado con un tesauro especializado en literatura.

La Academia ha conformado un acuerdo con la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad que nos hospeda. En ese marco, ya se han digitalizado, de su fondo bibliográfico, tres programas importantes: el de literatura gauchesca, el de viajeros, y la magna obra, íntegramente incluida, la Colección de documentos referidos a la historia del Río de la Plata, labor de Pedro de Ángelis. Nuestra visita a Alicante aspira a mantener el diálogo con los responsables para nuevas instancias de proyectos en este sentido. Hemos incorporado un portal de la Academia a Internet. Ya está avanzado el trabajo y sigue creciendo día a día, pese a las dificultades económicas que nos angustian en estos momentos.

El otro espacio capital para la actividad académica es el Departamento de Investigaciones Liguísticas y Filológicas. El 11 de junio de 1946, la Academia aprobó, a propuesta de don Luis Alfonso, la creación de este Departamento, que tendría tres esferas básicas de acción: un Instituto de Investigaciones Filológicas, la asesoría técnica a la Corporación y un “gabinete fonético”. Pero el Departamento fue solo de papel hasta 1955. En sesión del 10 de junio de 1948 la Academia felicitó la labor del “Asesor Técnico”, académico Luis Alfonso por sus trabajos en el fichero de argentinismos, y lamentaba las dificultades económicas que impedían la concreción del Instituto de Investigaciones. Era, hasta entonces, una labor unipersonal. El 26 de diciembre de 1955, el Presidente Provisional de La República creó el Instituto Nacional de Filología y Folclore, dirigido por Luis Alfonso, integrado por la fusión del Instituto de la Tradición y el Departamento de Investigaciones Filológicas. Finalmente, por Decreto N.º 9254, del 3 de noviembre de 1958, el Poder Ejecutivo Nacional, a pedido de la Academia, separó el Instituto de Filología y Folclore de la Academia de Letras. El 6 de julio, de 1961, se aprobó el reglamento del Departamento de Investigaciones Filológicas. Pero solo el 14 de julio de 1966, fue puesto al frente el primer director del Departamento en la nueva estructura, el profesor Carlos A. Ronchi March que, como “director temporario”, se desempeñó hasta 1975. En este año, se designa al profesor Francisco Petrecca al frente del Departamento, quien permanece en dicho cargo hasta el presente. Lo secunda, como subdirectora, la licenciada Susana Anaine; y se ha ido constituyendo un buen equipo de trabajo, con personal estable, otro contratado y jóvenes egresados como pasantes.

El Departamento es una activa usina: elabora los informes sobre cuestiones lexicográficas que considera el Cuerpo en sus sesiones ordinarias, así como las propuestas destinadas al Diccionario de argentinismos, que estudia, antes del plenario, la Comisión específica. Igualmente, colabora con la revisión de las consultas realizadas por la Comisión Permanente y en las observaciones y adiciones destinadas al DRAE. Por otro lado, avanza en la elaboración de archivos lexicográficos varios, de autoridades, de recortes periodísticos, etc., algunos de los cuales ya están informatizados. Además, atiende consultas sobre cuestiones léxicas, gramaticales, onomatológicas, que son telefónicas en número de unas 9000 por año y otras 500, escritas. Ha preparado las dos ediciones en CD-ROM señaladas antes: Registro del habla de los argentinos (04-1994) y Registro de lexicografía argentina (2000), que contiene 92500 ocurrencias de voces, y de las que se ofrece documentación en 250 obras de vocabularios generales y regionales. En 1983 el Departamento de Investigaciones Lingüisticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras fue distinguido por la Real Academia Española con el premio de la Fundación Nieto López. Firmaba aquella gratísima comunicación del 24 de junio el Secretario de la Corporación, don Alonso Zamora Vicente.

Hasta noviembre de 1999, nuestra Academia fue “Asociada” de la Real Academia Española; desde ese año pasó a categoría de Correspondiente de la Corporación matritense. Integra la Asociación de Academias de la Lengua Española, que avanza con paso firme y con obras bajo la férula y el yugo suave de don Humberto López Morales, que la orienta con vara de alcalde viejo, sin serlo.

El año pasado, la Academia cumplió sus primeros setenta años, sus bodas de platino, y lanzó no ya la casa por la ventana, sino su biblioteca. Entre los varios actos organizados para los festejos, se dispuso una Exposición, la primera en nuestra historia, en la sala “Leopoldo Marechal” de la Biblioteca Nacional, donde se exhibieron manuscritos de obras valiosas, originales de cartas de personalidades mundiales, objetos, nuestras publicaciones y rica iconografía. Cerró la serie de actos del aniversario el realizado en la sala “Jorge Luis Borges” de la Biblioteca Nacional, la conferencia, preparada para la ocasión por nuestra llorada Presidenta, la doctora Ofelia Kovacci, pero impedida por su salud de leerla.

Este escueto esquicio histórico de nuestra Academia Argentina de Letras, presentado en esta mesa redonda, en homenaje al ilustre don Alonso Zamora Vicente, será ampliado en una Historia de la Academia Argentina de Letras, cuyo índice tentativo había abocetado hace un tiempo y que ahora hemos definido, motivados por esta invitación de la Universidad de Alicante, y planeado como obra colectiva de algunos académicos y funcionarios de la Casa. El paradigma será, claro está, la Historia de la Real Academia Española, porque cuando uno es ambicioso, pobre y limitado, debe ser lo suficientemente inteligente para saber elegir los buenos modelos, y crecer y empinarse a su sombra, aun sabiendo que no alcanzará la altura y amplitud del árbol que lo ampara. Que nos valga aquello de que: “El que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”. Que así sea.

NOTAS

1. Barcia, Pedro Luis. “El Plata Literario (1876). Estudio. Aportes lexicográficos. Índices”, en SEBA, Boletín de la Sociedad de Estudios Bibliográficos Argentinos, Buenos Aires, n.° 11, abril de 2001, pp. 77-124; hay separata. 2. Gutiérrez, Juan María. Cartas de un porteño. Polémica en torno al idioma y a la Real Academia Española, sostenida con Juan Martínez Villergas, seguida de “Sarmienticidio”. Prólogo y notas de Ernesto Morales, Buenos Aires, Editorial Americana, 1942. 3. Alberdi, Juan Bautista. “De los destinos de la lengua castellana en la América antes española” (1871); y “Evolución de la lengua española” (1875), en Obras selectas. Nueva edición ordenada, revisada y precedida de una introducción por el doctor Joaquín V. González, Buenos Aires, La Facultad, 1920, t. II, Páginas literarias, pp. 305-317 y 319-342, respectivamente. 4. Obligado, Rafael. Prosas. Compilación y prólogo de Pedro Luis Barcia, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1976, 358; estudio preliminar, pp.XIII-LXXVI. 5. Cito por: Monner Sans, Ricardo. Notas al castellano en la Argentina. Prólogo y acotaciones de José María Monner Sans, Buenos Aires, Ángel Estrada, y Cía. Editores, 1956. El “Prólogo. El castellano en América” de Zeballos, en pp. 3-40. 6. Véase- “Fundación de la Academia Argentina de la Lengua”, en Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, t. XLI, 1911, pp. 177-182. 7. Quesada, Ernesto y Estanislao Cevallos. “Informe a la Academia Argentina de la Lengua”, en Revista de Derecho, Historia y Letras, ob.cit., pp.228-265. 8. Alonso, Amado. Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres, Buenos Aires, Editorial Losada, 1943; Colección Contemporánea, 101. 9. Boletín de la Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, enero-marzo de 1933, a. I. N.° 1, p. 83. 10. Puede verse una sintética información sobre diferentes aspectos de la Academia en la publicación editada con motivo de los setenta años de su fundación: Academia Argentina de Letras. 1931-2001, Buenos Aires, AAL, 2001, 63 y en el Catálogo. Exposición de la Academia Argentina de Letras. 1931-2001, del 13 al 30 de agosto de 2001, Sala “Leopoldo Marechal”, Biblioteca Nacional, Buenos Aires, AAL, 2001.